Navidad Agridulce en 1990: Lujo y Limitaciones en las Golosinas Festivas

En la víspera del 24 de diciembre de 1990, un aire festivo envolvía las calles de la República Dominicana, pero la alegría de las festividades invernales parecía esfumarse al llegar a los comercios locales. Golosinas y otros manjares que solían ser los protagonistas de las mesas navideñas se transformaron en un lujo inalcanzable para el bolsillo popular de aquel año.

Los dominicanos, conocidos por su entusiasmo al celebrar las festividades, no sólo adornaban sus hogares y vestían atuendos acordes a la temporada, sino que también expresaban su espíritu navideño a través de la gastronomía. No obstante, el año 1990 presentaba un desafío económico que amenazaba con arrebatarles la posibilidad de disfrutar de las delicias típicas de la fecha.

Las frutas, golosinas y platillos emblemáticos de la Navidad eran elementos que, por tradición, debían estar presentes en cada mesa dominicana. Sin embargo, la realidad económica imponía restricciones. Aquellas golosinas que solían endulzar los paladares y adornar las mesas de las familias dominicanas ahora se volvían inaccesibles debido a sus elevados costos.

Para el 24 de diciembre de aquel año, las frutas, en particular las uvas, manzanas y peras, eran conocidas entre los ciudadanos como “las frutas prohibidas”. No era un veto divino, sino más bien una etiqueta impuesta por la inasequibilidad que habían adquirido para el ciudadano común. La nostalgia de una celebración tradicional parecía desvanecerse ante la realidad económica imperante.

Ante la escalada de precios, muchos consumidores abandonaban desanimados los comercios, renunciando a la idea de decorar sus mesas con los productos típicos de la época. Las frutas de cosecha nacional, como mandarinas, chinas y guineos, se convertían en la alternativa más accesible y realista para mantener viva la tradición.

Los vendedores, entrevistados por periodistas del periódico El Caribe, compartían sus deseos de que todos pudieran disfrutar de las golosinas y frutas que ofrecían. Aunque como comerciantes adquirían productos para vender y sostener a sus familias, el aumento de precios había dejado sus negocios en un estado de letargo durante esa temporada navideña. En medio de la frustración económica, la esperanza perduraba: el deseo ferviente de un retorno a la normalidad económica para que la magia de la Navidad pudiera ser compartida por todos.

La Esperanza Infantil: Un Sueño Dominicano que Trasciende los Años

En el tejido mismo de la sociedad dominicana, la Navidad se erige como un faro de esperanza, especialmente para los más pequeños. Aunque el año 1990 trajo consigo desafíos económicos y limitaciones en el acceso a golosinas y festines navideños, la magia perduró en la forma de gestos altruistas destinados a mantener viva la ilusión infantil.

Empresas, escuelas y hospitales se unieron en un esfuerzo colectivo para hacer realidad los sueños de cientos de niños de escasos recursos. En un escenario donde la realidad económica imponía restricciones, la comunidad se esforzó por recrear “la magia de la Navidad”, personificada por el emblemático Santa Claus.

Una luminosa mañana de diciembre, mes de celebración navideña, El Hogar del Bebé Niño Jesús y la empresa Cartonera Hernandez organizaron una fiesta extraordinaria. Santa Claus, acompañado de payasos y bailarines, inundó el patio del Hogar con risas y alegría, creando un escenario mágico para alrededor de 120 niños, de edades comprendidas entre cuatro y cinco años.

La generosidad de la empresa Cartonera Hernandez brilló con luz propia al obsequiar golosinas y juguetes a los pequeños, entregados con el encanto característico de Santa Claus. Este gesto no solo llevó regalos materiales, sino que también insufló en los corazones infantiles la creencia en la bondad y la magia de la temporada.

En otro rincón de la ciudad, los niños ingresados en el hospital Robert Reid Cabral también recibieron su dosis de alegría. El doctor Ramon Tallaj Fermín encabezó una iniciativa que llevó juguetes a los pequeños pacientes. Acompañado por los doctores Corl Pereyra y Pablo de la Mota, así como por el licenciado Luis Rodriguez Palmero, el equipo médico se convirtió en portador de sonrisas y esperanza.

El director del hospital, el doctor Teófilo Gautiter, y sor Rita fueron los intermediarios de esta lluvia de regalos, distribuyéndolos con cuidado entre los niños internados. Sin embargo, la generosidad del doctor Tallaj Fermín no se detuvo ahí; anunció planes de extender las donaciones a otros centros asistenciales y comunidades con niños en situación vulnerable económicamente.

Mientras se despedía, el doctor Tallaj Fermín dejó un compromiso que trascendía los regalos de temporada. Prometió llevar a cabo operativos médicos en barrios marginados de la capital durante los primeros días de enero, demostrando que la generosidad y la solidaridad son regalos atemporales que van más allá de las festividades. En medio de los desafíos, la esperanza infantil se mantiene viva, siendo el motor que impulsa acciones altruistas y la promesa de un futuro más brillante para los niños dominicanos.


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