Los que nacimos en el siglo pasado recordamos al locutor de las escuelas radiofónicas cuando decía: “!Trabajando ya!”. Esa frase de batalla se aplica a la perfección en la actualidad cuando se ha cerrado un proceso electoral y, se haya ganado o perdido, es hora de esforzarse para llevar la comida a la mesa porque no llega sola.

Corresponde, entonces, comprender que el Estado no es el patrocinador de las necesidades personales ni el proveedor de los bienes, servicios y empleos de los particulares, tampoco su benefactor; sus atribuciones consisten en ser el creador de las condiciones colectivas que permitan una existencia digna, el desarrollo de la personalidad, un adecuado clima de negocios, la seguridad jurídica y la libre empresa, sin convertirse él mismo y su megaestructura en amenaza de aquellos a quienes debe proteger.

A pesar de que la noción de Estado se entienda como sinónimo de gobierno, está cimentado desde Montesquieu, sobre tres poderes que constituyen sus pilares fundamentales para desempeñar el papel que les incumbe desde los albores de la república y para el que fueron elegidos sus representantes. El Ejecutivo, al que compete establecer reglas claras para la sana convivencia, mientras a sus funcionarios, ser ejemplo de buena gestión y manejo diáfano de los recursos de todos. El Legislativo está para aprobar leyes que en realidad beneficien a la mayoría y no sólo a ciertos sectores, sin que haya necesidad de mantener obras sociales porque tales disposiciones generales las hagan innecesarias. Y el Judicial, para poner las cosas en su lugar, dar a cada uno lo que le pertenece y hacerlo responsable de sus propios actos, de manera rápida, oportuna y eficiente porque una justicia tardía equivale a su ausencia.

A las alcaldías, que los tiempos de campaña pasaron y las quejas de anteriores administraciones llegaron a su fin, lo que se espera es ver resultados -a corto o mediano plazo- para ejecutar las funciones que les atañen. Y los que lograron quedarse, que demuestren por qué merecieron una nueva oportunidad.

Y, mientras, a los ciudadanos, nos concierne levantarnos cada mañana, llegar a la hora indicada, cumplir con nuestras obligaciones y por las que se nos remunera; fomentar la producción, preservar la rentabilidad de las empresas para que continúen siendo fuentes de empleo, no hay tiempo que perder, fajarse es lo que toca, debido a que nadie lo hará por nosotros ni tendría por qué hacerlo.

La independencia no es sólo una declaración de intenciones, es ser autosuficiente para sostener un patrimonio sin la ayuda de terceros ni prebendas, solo cuenta el ahínco y el tesón porque, como se dice popularmente, si trabajar fuera fácil, no pagarían por hacerlo.

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