Aunque la recién promulgada Ley de Extinción de Dominio, como cualquier legislación que castiga y sanciona prácticas dolosas e ilícitas, vivió su prolongada trayectoria, de subterfugios y malabares, porque, al fin y al cabo, quienes sino políticos, funcionarios, empresarios y delincuentes -de toda laya-, terminarán siendo, en mayoría, sus infractores -y no de ahora-. Pero obviando esa realidad fáctica e histórica-cultural -por demás falencia sistemática-estructural- podrá decirse que, a pesar de todo -sin “elusión fiscal”, retroactividad, pero sí complacencia foránea-, algo es algo, pues peor era seguir sin ninguna legislación al respecto.

Sin embargo, dicha ley debió ser una conquista, como muchas otras, de presión social ciudadana y sin sastrería, en su momento, de la otrora “Marcha verde” que al final, como agua de borrajas, se la tragó -¿o secuestró?- una campaña política-electoral -2020- y unas aspiraciones, a los poderes públicos y la “dolce vita”, disfrazadas de cruzada ética donde mucho, que se quedaron “sin pito y sin flauta” (sin decreto); e incluso, todavía, andan por ahí dándose golpes en el pecho, o cuando no -y si buscaron otro atajo-, ¡con publicidad estatal por los cuatro costados! (¡nada nuevo!).

No obstante, se logró, a medias, lo que pudo lograrse vía un gran pacto nacional o reforma, pues, las condiciones estaban dadas; pero, por un lado, se prefirió “pan y circo”, y por el otro, una transacción o suerte de presión-chantaje donde ganaron todos -los poderes fácticos y la agenda supranacional- con sus peones-alcahuetes y alfiles de oficio y ocasión.

Pero, en última instancia, el algo es algo -al paso de la corriente, como cantó Ledesma- irá sentando precedente y no estará lejos el día que, a corruptos -políticos, empresarios, técnicos o burócratas-corchos-, delincuentes (de toda gama y ámbito) y oligarquía salvaje, al ser hallados culpables, vayan al vertedero público y lo ilícito -de “acumulación rápida” de riquezas- nunca más reciba, como “castigo-sanción”, una cancelación, un bajadero, o peor, un traslado o un esperar, como sucede desde antaño, el olvido de “opinión pública” como el síndrome de mutis, ante la situación actual (inflación global, crisis alimentaria y festival de empréstitos), que otrora látigos éticos-redentores -“periodista”, comunicadores-bocinas, intelectuales (de periferia política-mediática de partidos), cronistas, amanuenses, jurisconsultos y poetas- vienen padeciendo con más pena que vergüenza ajena.

Finalmente, no hay que olvidar, como siempre lo hace el “periodismo independiente” -de “políticos de la secreta”-, que el proyecto original de la ley de Extinción de Dominio fue una iniciativa, aunque suene increíble, del “inefable” (como le llamó hace poco una “hacedora de opinión pública” de apellido Salazar) senador de San Juan; pero, su sastrería final o consenso-trueque, y hay que subrayarlo, gozó del apoyo, entusiasta y solícito, de toda la bancada perremeísta que lo exhibe cual medalla olímpica. Pero, como ya dijimos, algo es algo, y peor es nada. Y no importa que Catrain, a pesar de su loable gestión primaria, se trabara en un trabalenguas. “Cosas veredes, Sancho”, dijo el Quijote…

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