Pablo Gómez Borbón
Especial para elCaribe

Desde que, hace cuatro años, di a la luz mi novela « Morir en Bruselas », han llegado a mi conocimiento nuevos detalles sobre las circunstancias de las muertes de Miriam Pinedo y Maximiliano Gómez, acaecidas en Bruselas en el curso del año 1971, es mi deber compartirlos con los dominicanos. No soy, sin embargo, partidario de las reediciones revisadas y aumentadas. Creo que, en la vida de un escritor, un libro es —nunca mejor dicho— un capítulo al que no debe retornarse. Sirva, pues, este artículo como apostilla a la que, en realidad, debería clasificar como una historia novelada.

Entrevisté, poco tiempo después de haber enviado mi obra a la imprenta, a uno de los miembros del Movimiento Popular Dominicano que fueron canjeados por el secuestrado teniente coronel Donald J. Crowley en marzo de 1970. A fin de evitar ofenderlo, precedí con un largo circunloquio una pregunta tan difícil como esencial: ¿Votó la muerte de Miriam Pinedo? Y, si lo hizo, ¿cuál había sido su motivación? Sus respuestas fueron sorpresivas por tres razones. En primer lugar, el dirigente emepedeísta afirmó haber participado en el “juicio” contra la viuda de Otto Morales, inclinándose por su ejecución. Tal afirmación dio al traste con la versión de sus compañeros de exilio en Italia, los cuales afirmaron no haber podido viajar a París para formar parte del “tribunal revolucionario”. En segundo lugar, no votó, como yo barruntaba, por miedo a la violenta personalidad de Manolo Plata sino por —y son sus propias palabras— “íntima convicción”. Y, como para mostrar su sinceridad, lo afirmó, para mi sorpresa, con el mayor desenfado del mundo. Al hacerlo, sepultó la tan socorrida versión de que el único culpable del funesto crimen lo fue Manolo Plata; que los diez emepedeístas que junto a él sentenciaron a muerte a Pinedo en París, no lo hicieron por acoso del que, luego de la muerte del Moreno, fungió en Europa como el líder del grupo de exiliados.

El revolucionario procedió entonces a realizar espontáneamente una afirmación que heló mi sangre. Antes de reproducirla, debo hacer un breve preámbulo. Luego de la muerte de Gómez, los revolucionarios, temiendo un supuesto golpe de la CIA, se dispersaron por varios países europeos. Solo Manolo Plata y sus dos secuaces Luis Larancuent Morris y José Gil Torres, Ratatá, permanecieron en Bruselas, fungiendo, probablemente, como sus asesinos y, antes de eso, como sus carceleros e “interrogadores”. Pero hubo un cuarto emepedeísta en Bruselas: el que llegó a la capital belga, procedente de La Habana, luego de que Maximiliano Gómez falleciera en mayo de 1971. Este cuarto revolucionario participó, según mi entrevistado, en los “interrogatorios” de marras, pero no solo en ellos. Siempre según su compañero, el susodicho se contó entre los que violaron sexualmente a Pinedo. La afirmación, repito, no respondió a una de mis preguntas: fue, absolutamente voluntaria. La mera sospecha de veracidad de esta afirmación hace de los homenajes al MPD, que incluyen al sospechoso, verdaderos sinsentidos.

Una segunda fuente se une a las acusaciones que René Sánchez Córdova y Monchín Pinedo hicieron en su momento a la dirección del MPD sobre la autoría intelectual del crimen de Miriam Pinedo. Esta fuente, de cuya moralidad no tengo la menor duda, me hizo partícipe de la siguiente versión: en otoño de 1971, mientras miembros del MPD tenían sometida a Miriam Pinedo a una vigilancia rayana en el secuestro, Manolo Plata, su jefe, recibió desde Santo Domingo la orden de poner fin a su vida. Como ha quedado establecido en mi libro, Manolo Plata era reacio a cargar él solo con culpas y responsabilidades, por lo que rechazó la sentencia de muerte que le fue transmitida verbalmente por el individuo que viajó a Bruselas con tales fines. Plata exigió que la orden le fuera dada por escrito, a lo cual, según esta fuente, accedió la dirección del MPD, enviando a Bruselas nueva vez al mismo emisario, esta vez con el documento exigido. Sea cierta o no esta versión, el resto es historia.

Durante medio siglo, Yvonne Dellieu, la benefactora belga que proporcionó a Miriam Pinedo alimento antes de que casi perdiera la vida junto a Maximiliano Gómez, y alimento y alojo luego, fue reacia a referirse al tema, demasiado doloroso para ella. Una tarde, luego de la publicación de “Morir en Bruselas”, rompió, para asombro de sus allegados, su silencio sobre estos hechos. No es menester hacer hincapié sobre la relevancia de sus testimonios. Sabedor del dolor que el asesinato de Miriam Pinedo le impedía hablar sobre este, había decidido, por razones éticas y humanitarias, con razón o sin ella, abstenerme de entrevistarla. Fue por ello por lo que incurrí en una inexactitud: Miriam Pinedo no fue asesinada y descuartizada en la bañera del apartamento que Yvonne Dellieu alquilaba en la calle Georges Lorand de Ixelles, como afirmé en mi libro: Manolo Plata, asegurando que había conseguido para Miriam Pinedo un pasaje de vuelta a Santo Domingo, se la llevó. Yvonne Dellieu no la volvió a ver, ni viva ni muerta. Su versión es verosímil: miembros de la policía científica belga examinaron durante horas cada milímetro cuadrado de su cuarto de baño sin encontrar ni el más mínimo rastro de sangre. Si escribí lo contrario, lo hice porque todas las fuentes consultadas afirmaron esta versión. Debo admitir que Manolo Plata, para protegerse, fue siempre un maestro en el arte de poner a correr falsos testimonios. Todavía hoy, muchos creen en la absurda taza de chocolate envenenado que Miriam Pinedo ofreció a Maximiliano Gómez. Es evidente que el crimen tuvo lugar en la casa de este, la cual se ubicaría en las cercanías de los estanques de Ixelles, donde, años después, se encontró la última pieza del rompecabezas en que los asesinos convirtieron el cuerpo de Miriam Pinedo. Sirva, pues, este párrafo como fe de errata y como el derecho a réplica del que Yvonne Dellieu era merecedora desde hace cuatro años.

En otra ocasión, la señora Dellieu me relató cómo Miriam Pinedo solo salía del mutismo crónico en que se había sumido para anunciarle, entusiasmada, que el Moreno viajaría a Bruselas durante el fin de semana, tal como hacía con frecuencia. En esas ocasiones, la viuda de Otto Morales se transfiguraba, pasando de ser la personificación de la tristeza más desoladora a la de la alegría más luminosa. En opinión de su buena samaritana, Miriam Pinedo estaba enamorada de Maximiliano Gómez: solo el amor es capaz de tales milagros. Los miembros del MPD siempre han negado la existencia de esta atracción, mutua incluso para los dos que acompañaron a la pareja la víspera de la muerte de Gómez y la caída en coma de Pinedo. La percepción de Dellieu, de cuya franqueza doy fe, constituye un argumento de peso a favor de la hipótesis de la relación amorosa entre ambos.

Hay otro testimonio que va en contra de versiones generalmente aceptadas como veraces. Como se sabe, algunos —quizás los más— entienden que la muerte de Maximiliano Gómez fue criminal; otros, que fue accidental. Yo mismo me he debatido entre ambas hipótesis, razón por la cual me limité a enumerar en mi obra las evidencias que sustentaban ambas. Uno de los hechos que apuntó al posible asesinato de Gómez fue la presencia en las vísceras de su cadáver de una sustancia no identificada. En vista de que la salud de Gómez se consideraba buena, tal sustancia no podía ser un medicamento, sino un veneno. Pero, durante una conversación que sostuve con Yvonne Dellieu hace dos semanas, salió a relucir otra conversación que esta sostuvo con los investigadores policiales.

En un principio, la policía belga se decantó por la hipótesis de una muerte por intoxicación causada por el monóxido de carbono. Pero, ante las denuncias de la comunidad dominicana residente en Bélgica de que se había tratado de un asesinato, se ordenó, además de la autopsia de rigor que ya se había practicado, el análisis toxicológico con el que se detectó dicha sustancia. Todo esto está incluido en mi libro. Lo que no pude incluir, por desconocerlo, fue la declaración dada a Yvonne Dellieu por uno de los investigadores policiales. El toxicólogo no descartó que se tratara de un medicamento. Pero afirmó que si la sustancia no lo era, que si se trataba de un posible veneno, la concentración en las vísceras del ilustre occiso era tan mínima que era imposible que la misteriosa sustancia hubiese causado la muerte a Gómez Horacio. Este viejo recuerdo de la señora Dellieu empuja el fiel de la balanza de la Historia, y no poco, hacia la hipótesis del accidente.

Reitero lo que he dicho muchas veces: no creo tener el monopolio de la verdad. Tampoco busco convencer a nadie, sobre todo porque la hipótesis del asesinato se acepta como un acto de fe. Me limito a exponer las versiones de unas muertes sobre las cuales ni siquiera mis investigaciones, sin modestia las más completas que se han realizado hasta la fecha, han podido arrojar una luz definitiva. De estos nuevos datos saco mis conclusiones e invito a los demás a sacar las suyas. Sí me queda la satisfacción de asumir mis responsabilidades como escritor e investigador, al margen del irresponsable silencio de la mayoría de los testigos y actores de aquellos lejanos y lamentables hechos.

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