Al igual que otros personajes, sobre todo en nuestras sociedades latinoamericanas y caribeñas, la figura de Juan Pablo Duarte ha sido objeto de interpretaciones vinculadas a posturas ideológicas en debate en su momento. Un claro ejemplo fue la manera en que el trujillismo lo convirtió en la antítesis del sátrapa, mientras Duarte eran un hombre pacífico e introvertido, con más ideales que hechos, Trujillo era presentado como el hombre de acción que ejecutaba a sangre y fuego lo que ellos entendía que era la dominicanidad y su soberanía, incluso la matanza del 1937 fue codificada como una respuesta al mito de la supuesta matanza de Moca del 1805. La obra de Balaguer El Cristo de la Libertad apunta en esa dirección.

Pablo Mella desmonta en su libro Los espejos de Duarte los recursos ideológicos que llevaron en el siglo XIX a construir una visión de Duarte en base a los intereses de los grupos políticos en pugna durante ese periodo. Anterior a esa obra es bueno destacar el esfuerzo de Juan Isidro Jimenes Grullón en confrontar a Duarte con las figuras de Sánchez y Mella, en su obra El mito de los Padres de la Patria. Su conclusión es que Duarte sería el único con el mérito de estar siempre comprometido con la existencia de una República Dominicana soberana. Ambos libros merecen ser leídos con detenimiento.

En la actualidad la extrema derecha dominicana manosea la figura de Duarte para hacerlo cómplice de su agenda autoritaria y racista, sobre todo para desarrollar su propuesta anti-haitiana. Es lamentable que muchos dominicanos se dejan llevar de ese discurso que es totalmente falso sobre los ideales de Duarte. Su admiración por el pueblo haitiano está patente en los pocos escritos que tenemos de él, sobre todo los de su hermana y algunas cartas. El único “pique” que hace constar Rosa que sacudió a su hermano fue precisamente cuando intentaba convencer a sus compañeros sobre la necesidad de erradicar el racismo en la naciente República.

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