Ahora que cumplimos una década de implementar el 4% para la educación, se ha vuelto normal que todos critiquemos lo mal que está nuestra educación. ¡Hasta el sindicato y el Ministerio lo reconocen! Diez años en que hemos gastado miles de millones de pesos cada año sin ningún resultado visible. Incluso varios estudios han señalado que no seguimos igual de mal que hace diez años, sino peor.
Y si la educación básica y media está mal, su malestar va contaminando profundamente la educación universitaria. Los alumnos que llegan a nuestras aulas buscando una carrera técnica, una licenciatura y hasta maestrías o doctorados, traen el pecado original -no todos- de una pésima formación en el manejo de la lengua castellana, las matemáticas, las ciencias naturales y las sociales.

Se les dificulta elaborar un ensayo analítico de 3 a 5 páginas sobre un tema que se les ofertó mediante la lectura de dos o tres artículos académicos breves. La tentación por copiar y pegar está presente en todo momento, la elaboración de párrafos aislados en el texto y sin argumentación es la norma, y existe una gran resistencia a citar correctamente y elaborar una bibliografía de las fuentes consultadas.

No importa la disciplina del curso, hay que emplear al menos un 10% o más en elementos de redacción y citación, argumentación y lógica. En el caso de las matemáticas y las ciencias prácticamente hay que suponer que no recibieron nada en la educación media. Por supuesto, hay que hacer la salvedad de los egresados de colegios de calidad que sí vienen bien formados, pero esos son minoría.

Todos los expertos indican que la única vía pacífica de ir reduciendo la desigualdad y potenciar la distribución de la riqueza generada en una sociedad es la calidad educativa. Y ese proceso toma de una a dos generaciones. Tal como estamos nosotros, no en cero, sino en menos cero, la meta se coloca para finales del siglo XXI.

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