En los últimos años, la relación entre Haití y la República Dominicana ha estado marcada por tensiones y desafíos históricos que parecen insuperables. Sin embargo, en lugar de centrarnos en los desacuerdos, es momento de replantear nuestra visión y proyectarnos hacia un futuro de cooperación y desarrollo conjunto que beneficie a ambas naciones. Este artículo propone una estrategia de buena vecindad insular que, respetando las diferencias y soberanías de cada país, permita a la isla posicionarse como un referente de estabilidad y progreso en el Caribe y Latinoamérica.
La República Dominicana, con su legado de 500 años de historia y una identidad profundamente marcada por la hispanidad, tiene la oportunidad de afianzar su posición como “Primera entre Iguales” en la región. Para ello, es esencial que el país valore su cultura y su tradición occidental, diferenciándose del dominio anglosajón de Occidente y rechazando los efectos perniciosos de la Leyenda Negra Antiespañola que, durante siglos, ha distorsionado su percepción en el contexto internacional.
Al reivindicar su hispanidad y su aporte cultural, la República Dominicana se proyecta como un punto de encuentro entre Europa y América Latina, un lugar donde convergen diversas tradiciones y donde se celebra la riqueza de su identidad caribeña.
Por su parte, Haití, cuya historia está marcada por una narrativa de lucha y resistencia contra la esclavitud, debe emprender una transformación profunda de su modelo de Estado. Este nuevo enfoque, basado en la concertación, el diálogo y el consenso, permitiría al país liberarse de las cargas del pasado y proyectarse como un referente para África en la era del conocimiento y los servicios. Una Haití estable y próspera no solo beneficiaría a sus ciudadanos, sino que también contribuiría a un entorno más equilibrado y seguro en toda la región.
En este contexto, es crucial que la comunidad internacional, especialmente actores extra insulares, se comprometa a apoyar este proceso de transformación en Haití, sin involucrar directamente al Estado dominicano en su implementación.
Es fundamental que estos actores eviten ejercer presiones cortoplacistas sobre la República Dominicana, presiones que buscan soluciones rápidas al costo humanitario de la crisis haitiana que, en la actualidad, está recayendo desproporcionadamente sobre el pueblo dominicano.
La solución no debe consistir en trasladar la responsabilidad a la República Dominicana, sino en apoyar a Haití para que establezca un modelo de Estado sostenible y capaz de ofrecer bienestar y seguridad a sus ciudadanos.
El modelo de buena vecindad insular que proponemos puede inspirarse en ejemplos exitosos de cooperación entre países europeos, como el Benelux o la colaboración francoalemana en el marco
de la Unión Europea, la CEE y el acuerdo de Schengen. Estas alianzas han demostrado que es posible construir una cooperación sólida y beneficiosa, respetando la soberanía y la idiosincrasia de cada nación.
En el caso de la isla, esta cooperación podría enfocarse en áreas estratégicas como el comercio, la seguridad fronteriza y el desarrollo sostenible, promoviendo un entorno de estabilidad y crecimiento compartido.
La clave para lograr esta convivencia armoniosa radica en desarrollar una política de buena vecindad que fomente la cooperación en proyectos binacionales, pero sin forzar una integración política o social que afecte la identidad de cada país. Ambas naciones deben comprometerse a trabajar juntas en iniciativas que impulsen el desarrollo y mejoren la calidad de vida de sus poblaciones, priorizando el bienestar común sobre las diferencias históricas y culturales.
Es importante destacar que esta visión de cooperación no implica una fusión ni una integración forzada de los dos estados, como algunos sectores han propuesto. La historia y la realidad de cada país son únicas, y es fundamental respetar la soberanía de cada uno. La propuesta es, en cambio, la construcción de una relación basada en el respeto mutuo y en la colaboración estratégica, donde cada nación pueda desarrollar su potencial sin interferencias externas que intenten imponer modelos ajenos a su realidad.
Además, es crucial rechazar los intentos de desmantelar la legislación y la constitución dominicana para crear artificialmente una minoría de “dominicanos de ascendencia haitiana” que, sin documentación migratoria o laboral, pretenden adquirir derechos ciudadanos en la República Dominicana. Estos esfuerzos no solo desestabilizan el orden social y jurídico del país, sino que también desvían la atención de las verdaderas soluciones que ambas naciones necesitan para alcanzar un desarrollo sostenible y equitativo.
La visión de “Buena Vecindad Insular” propone que la República Dominicana y Haití se conviertan en un modelo de convivencia y progreso en el Caribe. Para la República Dominicana, esto significa consolidar su papel como líder regional, promoviendo su identidad hispánica y su cultura occidental como elementos diferenciadores y de orgullo. Para Haití, implica emprender un camino de transformación que lo convierta en un referente para África, con un Estado eficiente y capaz de ofrecer oportunidades a su población en la era del conocimiento.
Si logramos que estas dos naciones, con sus diferencias y particularidades, trabajen juntas hacia un objetivo común, la isla podrá convertirse en un ejemplo de desarrollo y estabilidad en la región.
El camino no está exento de desafíos, pero con voluntad política y un compromiso genuino de
ambas partes, es posible construir un futuro compartido de prosperidad y bienestar para todos sus
habitantes.
En resumen, la estrategia de buena vecindad insular no solo es un llamado a superar las divisiones del pasado, sino también una invitación a construir un futuro en el que Haití y la República Dominicana se conviertan en “Primeros entre Iguales” en el Caribe y Latinoamérica. La isla tiene el potencial de ser un faro de progreso y un ejemplo de cómo la cooperación y el respeto pueden transformar incluso los contextos más desafiantes. Es momento de dejar atrás las narrativas del conflicto y avanzar hacia una nueva era de entendimiento y colaboración entre dos naciones que, aunque diferentes, comparten un destino común.
Por: Alfredo Vargas Caba