La música “pertenece” a determinados “tiempos” y por ello se definen épocas, ligadas a tendencias, inclinaciones y al desarrollo tecnológico. El pasado musical estuvo más ligado a la poesía que la canción de hoy, unida al ritmo, a los bajos y otros aspectos más cercanos a lo vulgar que al talento. Nuestras propias vidas están marcadas por una pista musical, que retrotrae momentos, ambientes, situaciones y personas del pasado lejano, medio y cercano. Sin conciencia de ello, acordes musicales, letras que describen aspectos y recrean lo que vivimos, logran una telaraña que envuelve eventos, por lo general de felicidad y alegrías, que son los que más fácilmente se adhieren a los recuerdos. Con los romanticismos y enamoramientos hay música enredada. Bastan trozos de esa canción para arrastrarnos a memorias que se comportan como si tuvieran vida propia y bailan dentro de nosotros mismos, a ritmo libre, evocando trozos de felicidad extraviadas, en armonía con sonrisas incontroladas, dando realidad a lo de, “la música por dentro”. El bolero, balada lenta cuyo centro es el amor, provoca entre los que lo bailamos, sublimes memorias de tiempos en que era este un abrazo “con permiso”, ante la mirada escrutadora y crítica de las eternas chaperonas de entonces. Guarachas, que entre música de trompetas, saxofones, trombones y percusión, sin intervención electrónica, provocaron rítmicas reacciones acopladas, cadencias a dúo y sudores compartidos. Un Son “dibujao”, ritmo cubano que el mundo asumió como propio, cuya letra evoca sucesos y eventos infinitos de la vida diaria, que al bailarse expresan un perfecto balance entre la pareja que con elegancia interpreta la lascivia musical de un ritmo que sabe a azúcar, a ron, a rumbosa cadencia de negros. Merengues de doble sentido, casi todos, que desafiaron la danza, desafiaron al danzón y otros ritmos extranjeros y bautizaron con dominicanidad el piso de tierra de la “enramá”, el de cemento pulido y con color, el de “mosaico” y más adelante las cerámicas de salón. Parejas que parecían flotar y cuyos pies apenas tocaban el piso, cuando ella se dejaba llevar y él imponía el dominio de la interpretación. Nada mejor que una pareja ligera como el viento ni un parejo que supiera conducirla; ella con la gracia propia de la cadente mujer criolla y él con “ajute pa llevá el rimo”. Bailadoras a las que había que hacer fila para conseguir un turno y danzarines que ellas esperaban ser sus escogidas por él “pa bailá un set completo”. Letras de canciones que escuchamos muy de cuando en vez y que evocan y vuelven a evocar trozos felices de nuestra vida; letras que traspasan el tiempo y permanecen con fresca vigencia como si compuestas de hoy. Cambian las formas, las maneras y las inclinaciones, pero el amor permanece intacto. Mi memoria musical contrasta con el abundante primitivismo con vulgaridades, de hoy.

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