Normalmente, no escribo sobre encuestas. No sólo porque estas generan pasiones, sino también porque uno tendría que entrar en analizar la razón de posicionamiento de candidatos y estos desacreditan las encuestas de acuerdo al lugar en que se encuentren en la aceptación de los votantes para unas elecciones lejanas aún.

Sin embargo, esta encuesta trae otro tipo de datos que en esta oportunidad hablaré de ellos.

La evolución de la simpatía partidaria, la tenencia es clara, cada día los dominicanos desconfían más de los partidos políticos. Eso tendrá miles de razones, podemos citar la ausencia de cambios generacionales en los mismos, propuestas creíbles al electorado, las diferencias internas en todos los partidos sin importar su tamaño. Una oposición que no es capaz de unirse para presentar otras opciones y miles de razones más.

Algunos no prestarán importancia a este dato, otros se alegrarán o entenderán que es lo que se merecen. Sin embargo, una nación sin un sistema partidario fuerte, su democracia peligra, termina buscando soluciones que la experiencia en otros países ha sido negativa.

Sólo ver los ejemplos de Venezuela, Guatemala, Perú y lo que recién acaba de suceder en las elecciones de Brasil, donde los candidatos no salen de partidos y esto termina en un desorden institucional o en una dictadura. Las economías se resienten y lejos de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, los países entran en una espiral de autodestrucción de sus ya debilitadas instituciones.

En contraposición negativa de los partidos, las Fuerzas Armadas y un candidato que sin tener posibilidades constitucionales de acceder la presidencia su valoración está por encima de políticos mucho más conocidos y trayectoria partidaria de años. Es un dato a tomar en cuenta de que la población está mirando hacia un gobierno fuerte, que mejore uno de los problemas que más preocupa a la ciudadanía que es la inseguridad.

Cuando analizamos el nivel de confianza en las instituciones, los resultados de la encuesta deben llevar a pensar a muchos.
Mientras más expuesta está la institución al elector más es su desprestigio. Desgraciadamente, tenemos una tendencia destructiva hacia nuestras instituciones que, aún reconociendo sus debilidades, podemos caer en un abismo de mantener esa actitud negativa.

Con esto no quiero que se entienda que pretendo aprobar el comportamiento de muchas de ellas. En el caso del Congreso Nacional, muchos dominicanos no se sienten representados, pero sería injusto pensar que todos son iguales. Conozco congresistas que dedican su tiempo a sus comunidades y asumen funciones que no les corresponde, supliendo la falta de otras instituciones.

La falta de un mayor equilibrio en el mismo ha sido la tendencia en los últimos años, donde en un momento el Partido Reformista controló de forma mayoritaria el mismo, por igual ha sucedido con el Partido Revolucionario Dominicano y con el de la Liberación Dominicana; esto ha tenido como resultado que tengamos un congreso que no genere el contrapeso necesario sobre las instituciones y la población los percibe como complacientes al poder ejecutivo de turno.

La Policía siempre ha ocupado lugares bajos en la apreciación de los encuestados. Sin duda, su papel en el orden público los hace enfrentar la ciudadanía, cuya percepción es que tenemos un cuerpo del orden poco confiable. Siempre he dicho que tenemos la mejor policía del mundo por lo que le pagamos a los mismos.
Salen a enfrentar el crimen menos preparados que a los que deben controlar, por lo que siempre que mantengamos esas condiciones su valoración será baja.

Como siempre, las mejores valuaciones las tienen las universidades y las iglesias, sus posiciones las percibe la población como de apoyo a sus necesidades, tanto materiales como espirituales.

Los medios de comunicación escritos y la televisión quedan también bien valorados y los empresarios, a pesar de ser fruto constante de ataques, tenemos un índice de aprobación de la mitad de la población.

Sobre los ayuntamientos nunca salen bien valorados, los servicios muchas veces son ineficientes y muchos de los regidores se han convertido en una verdadera mafia, donde en muchos casos no se autorizan proyectos sin que el promotor tenga que sucumbir a sus chantajes.

Las redes sociales quedaron muy mal valoradas y es de entender. El uso de las mismas se ha convertido en una forma de dañar reputaciones o de promover falsos profetas. Noticias falsas que se repiten y se convierten en “miente, miente que algo queda”.

Uno pensaría que eso es fruto de la baja escolaridad de nuestro país, pero uno se sorprendería de ver personas muy cultas, incluso con doctorados en universidades europeas, que repiten lo que leen sin hacer ningún análisis y con la mayor tranquilidad destruyen lo que es más importante para una persona, que es su moralidad y credibilidad.

Con esto no quiero quitarle importancia a muchas acciones que, gracias a las redes, han podido salir a la luz pública y cambiar el curso de situaciones que de otra forma hubiesen quedado en la oscuridad.

Necesitamos como nación hacer un trabajo en muchas de nuestras instituciones para mejorar la credibilidad, empezando por nuestro sistema partidario, que sin duda, los mismos políticos se han encargado de disminuirlos con sus diferencias y apetencias, acomodando leyes, no a lo que requiere la población sino a los intereses de ellos mismos. Sólo basta con dar una mirada a la recién promulgada ley de partidos donde muchos de sus artículos son inconstitucionales.

Los que nos gobiernan tiene que ser los primeros en buscar ser transparentes, en cumplir con las leyes que luego deben aplicar a los gobernados.

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