El próximo domingo, 19 de mayo, toca a los dominicanos expresar sus preferencias para la elección de quien presidirá la nación hasta el 2028 y a quien le acompañe en la boleta. Expresión máxima de la democracia criolla sazonada con tanta sangre de dominicanos, sacrificados para que hoy, después de una cruenta dictadura de 31 años, tengamos este esbozo de sistema político, cargado de los aspectos folclóricos que le dan sabor y la caracterizan. Lo de senadores y diputados que en el afán de minimizar el arrastre, en vano afán, que hacen de la selección de los legisladores una “mezcolanza” de “mansos y cimarrones”, “revolcaos en un merengue”, de gente con privilegios de iniciativas legislativas, sin el más mínimo criterio de la Ley. Es una posición superior sin requisitos de capacidad, formación ni experiencias. Los partidos tienen el poder de dar patente de “viable” solo por la posibilidad de arrastrar votantes. Mezclados en la misma salsa los destacados por poseer todos los atributos para admirarles, envestidos de la capacidad de hacer para la sociedad al margen de sus intereses y los que van en “búqueda” a arrasar “con to’ lo que jallen”. Una marcada minoría vota con plena conciencia de quien es candidato de valía que merece otorgarle la plena confianza como gobernante o como legislador. Aspiro, y no es utópico, a un gobernante que con madera de líder, propicie un propósito común en las fuerzas políticas, elaborando un proyecto de nación con visión de futuro. Construir un país sobre lo sano de la sociedad dominicana adonde el bienestar de la mayoría sea la norma y el principio a seguir. Busco un presidente capaz de dirigir un gobierno de los mejores, más capacitados, mejor intencionados, para estructurar una gerencia de Estado, dinámica que dé respuesta a las mil carencias pendientes que tiene el pueblo dominicano. Que sepa mantener la economía dentro de parámetros estables y con normas claras y suficientemente flexibles para acomodarse a lo que la afecte desde todo ángulo. De la estabilidad económica depende la estabilidad política y la propia gobernabilidad. Un gobernante que no esté obligado a entregar la Educación (con mayúsculas) a un “activista” de su partido porque sabe que allí hay “grasa” para “guisar”. Que se empeñe en convertir inversión en educación con resultados tangibles y eso es fácilmente lograble en pocos años. Un gobierno impermeable a las extorsiones de los sindicatos. Un ejecutivo que dé respuesta a las necesidades en materia de salud pública, manejando la Seguridad Social de manera que no penalice a unos para favorecer a otros, que impulse la calidad del servicio médico y la protección a los más desposeídos frente a enfermedades catastróficas. Lo mismo que propicie pensiones dignas.