La deuda del gobierno es un foco de atención permanente para la sociedad dominicana. Los economistas la tienen entre sus temas predilectos, los políticos recurren a ella como herramienta de campaña y los medios impresos la aprovechan para llenar los espacios en blanco. Ocasionalmente, algún reportero nos inquieta con un titular llamativo: “Cada dominicano tiene una deuda de miles de dólares”. Sin embargo, el endeudamiento del gobierno constituye una medida imperfecta de ‘la deuda de los dominicanos’. Por un lado, una buena parte de la deuda estatal se encuentra en manos nacionales y, si bien representa un pasivo para el gobierno, es a la vez un activo para las personas y empresas de quienes el gobierno ha tomado prestado. Por otro lado, aun aquella parte de la deuda pública que se encuentra en manos extranjeras nos dice poco sobre la posición del país con respecto al resto del mundo, pues no sabemos si tal deuda del gobierno se compensa con los activos externos que posee nuestro sector privado, o si también este se encuentra endeudado. Estas situaciones son claramente distintas.

Esto invita a una mirada más amplia a la posición financiera del país como un todo. A diferencia de la deuda pública, los indicadores sobre eso no son habituales en los medios de prensa y usualmente solo aparecen en publicaciones por las que deambulan los economistas. Una forma de construirlo es a través de la cuenta corriente de la balanza de pagos, donde se registra cada año la cantidad de dólares que generamos (ya sea por exportaciones de bienes, ingresos del turismo o remesas que recibimos del exterior) y la cantidad de dólares que gastamos (principalmente en importaciones). Un saldo negativo en esa cuenta revela que hemos consumido más dólares que los generados, lo que solo puede lograrse si alguien del exterior nos facilita recursos para cubrir la diferencia; un saldo positivo indica que hemos generado más dólares que los que hemos gastado, y eso constituye un ahorro que aumenta nuestros activos en divisas. Si sumamos los saldos de muchos años tendríamos una aproximación del monto total que debemos, o que nos deben, al día de hoy.

Veamos ahora los datos. El saldo de cuenta corriente del país fue positivo en el decenio final de la dictadura de Trujillo, pero desde entonces ha sido generalmente negativo. El déficit promedio en los últimos sesenta años estuvo alrededor de 3.5% del Producto Interno Bruto, y sólo se observan saldos positivos en tres años cuando situaciones de crisis restringieron nuestro consumo (1991, 2003 y 2004). En otras palabras, la economía dominicana ha gastado, en consumo e inversiones, por encima de sus ingresos generados y ha cerrado la brecha con recursos prestados del exterior. Todo esto nos lleva al indicador que estamos buscando: entre 1948 y 2020, nuestra economía usó fondos de extranjeros por un monto cercano a 53,000 millones de dólares, que equivalen a unos 5,000 dólares por cada dominicano y a 70% de lo que producimos en un año.

Ese resultado, que es en gran medida un reflejo de los déficits del gobierno, podría ser muy inquietante, por lo que me siento obligado a compartir una noticia atenuante. La mayor parte de los recursos nos ha llegado como Inversiones Extranjeras Directas, que desde 1948 hasta ahora totalizan alrededor de 44,000 millones de dólares. Nuestro principal compromiso, por tanto, no es con prestamistas propiamente dicho, sino con inversionistas foráneos que han decidido operar en territorio dominicano, aunque esa fuente ha tenido que completarse con alrededor de US$9,000 millones que han llegado como inversiones de portafolio y otras formas. Es notable que ese último monto es inferior a la deuda externa del sector público, lo que significa que, a diferencia de este, el sector privado ha sido “prestamista” neto de recursos financieros y ha compensado parcialmente las brechas del gobierno.

¿Qué implicación tiene esto para el funcionamiento de la economía? Un saldo negativo en la posición financiera internacional es parte del diario vivir de muchos países. Los Estados Unidos, por ejemplo, son deudores netos en grandes proporciones, con pasivos acumulados que superan 60% de su Producto Interno Bruto, aunque ese país tiene la ventaja de tener deuda en su propia moneda. Pero una posición externa negativa es relevante cuando las circunstancias dejan de garantizar el retorno esperado a los inversionistas foráneos, lo que con frecuencia es resultado de desbalances gubernamentales prolongados que acaban transformándose en tensiones cambiarias. Vemos entonces que la intuición popular, a la que me referí en las primeras líneas de este escrito, no carece de sentido, pues la estabilidad del sistema está al final de cuentas vinculada con las cuentas fiscales. Un reto que tenemos por delante es equilibrar al gobierno sin desequilibrar a los demás actores, una tarea que dependerá de la forma que adopte la reforma fiscal pendiente y de su impacto en la dinámica económica de mediano y largo plazo. Si logramos superar ese reto, y solo si logramos superarlo, nuestra “deuda con el resto del mundo” no llegará a ser noticia.

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