Por más indulgente que se pretenda ser con los policías involucrados en el asesinato del niño Donelly Martínez en Santiago, y verlo como un hecho aislado, sumado a muchos otros hechos “aislados” que se suceden con preocupante frecuencia, la conclusión obligada es de que la cacareada reforma y transformación de la institución tiene mucho de percepción construida, fabricada, y poco de la real realidad. Los agentes no cumplieron con normas elementales de procedimientos para lidiar con civiles y fueron desalmados al huir del lugar de su propio crimen. Sabemos que es un conglomerado mayoritariamente integrado por gente buena, pero se ha hecho difícil erradicar, o al menos civilizar, a los malos policías, que dejan a veces la sensación de que les están ganando el pleito a los buenos.

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