Algún interés particular, muy probablemente ajeno al de los dominicanos, habría movido a nuestro canciller a formular graves acusaciones contra un gobierno amigo por asuntos propios de los nicaragüenses.
No resulta aplicable para este caso, y por tratarse de dos naciones soberanas, que se invoque la defensa de la democracia, la institucionalidad ni compromisos interamericanos, porque se trata de decisiones de los organismos competentes del ordenamiento establecido en esa nación.

Si fuera la opinión personal del canciller quizá no importaría, aunque es casi imposible desvincular al personaje de su investidura, pero a través de él habla el Gobierno dominicano, por lo que se debe asumir, entonces, que no lo hizo motu proprio.

Si un dominicano o alguna entidad social desea opinar desde aquí y expresar su desacuerdo o emitir cualquier juicio de valor sobre lo que ocurre en Nicaragua, se aceptaría sin mayores reparos.

Pero en boca del ministro de Relaciones Exteriores es una transgresión de normas elementales de la diplomacia al atacar, desde nuestro territorio, a otro país, en este caso Nicaragua, con el cual tenemos relaciones diplomáticas y existen de por medio lazos de hermandad.

El vínculo histórico de la República Dominicana con Nicaragua está cimentado en la lucha de Gregorio Urbano Gilbert, patriota dominicano que en un momento de su vida se unió a las tropas del general César Augusto Sandino y combatió contra la dictadura de los Somoza en ese país, pero también en acuerdos comerciales y en un largo intercambio con esa nación centroamericana.

Posiblemente, en lugar de este tipo de lapsus, sería más saludable, si es que deseamos lo mejor para nuestros hermanos nicaragüenses, no involucrar al país en agendas de otros, pese a que pudiera resultar iluso que pretendamos mantenernos al margen de los intereses geopolíticos que se baten en la región, pero en esta coyuntura el tacto y la prudencia mandan.

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