Esto es una divagación pertinente: los pueblos son soberanos y siempre tienen la razón, hasta cuando se equivocan. Con ello evocamos que en 1997 con una votación mayoritaria la oposición ecuatoriana, que dominaba por estrecho margen el parlamento (ojo con eso), destituyó a Abdalá Bucaram por supuesta incapacidad mental. Operó allí la rearticulación casi automática del aparato del Estado, que las clases pudientes y poderes fácticos entendieron se encaminaba hacia el caos total, a su disolución. Un dramático final, porque como escribió en su momento el analista Carlos de la Torre, se hizo ver a Bucaram “como la encarnación de todos los valores contrarios a la civilización, a la democracia y a las buenas costumbres”. A la postre no valió que lo hubiera escogido el pueblo, el soberano, el constituyente primario.