Hay ciudades que madrugan sin ganas, como quien repite un lunes infinito. Salen a la calle con el alma apretada en la cartera y la mirada pegada a una pantalla. Se camina sin mirar. Se vive sin ver. Pero de pronto, en el rincón más improbable —una tapia vieja, un solar abandonado, un paso peatonal— alguien dejó una huella de color que no espera aprobación. Un rostro, una consigna, un grito pintado. Y entonces el cemento empieza a contar cosas.
El arte público no es adorno: es resistencia. No está ahí para posar, sino para interrumpir. Para que un niño pregunte y una madre recuerde. Para que un abuelo se detenga y diga: “Ese fue el poeta que recitaba en los parques”. Porque hay monumentos que no caben en bronce, pero sí en pintura fresca. Porque hay silencios que solo un mural rompe.
En este país de paredes sucias y discursos más sucios, que una imagen hable vale más que mil comisiones. No hace falta tanto congreso sobre cultura ni tantos fondos para el olvido. Hace falta calle. Hace falta esquina. Hace falta memoria visible. Que los héroes no solo estén en los libros de texto, sino también en las paredes donde juegan los nietos. Que una muchacha que canta en Capotillo tenga el mismo espacio que una estatua colonial en la Zona.
Y es ahí donde el arte público se vuelve justicia: cuando no lo elige un comité, sino el barrio. Cuando no lo aprueba un curador, sino la comunidad que lo mira todos los días. Cuando no se trata de gustar, sino de decir.
El Ministerio de Cultura debería repartir brochas, no placas. Convocar artistas como quien llama a salvar a una ciudad del gris. Y si no saben qué pintar, que salgan a caminar: ahí están los rostros, las luchas, los olvidados que merecen muro.
Ruddy Pérez, Avelino Stanley, Johnny Ventura, Manuel del Cabral, Basilio Belliard, Mateo Morrison, Plinio Chahín, Bruno Rosario Candelier, Soledad Álvarez, Emilia Pereyra, Tony Raful, Andrés L. Mateo, Marcio Veloz Maggiolo, Julio Cuevas, Sócrates Nolasco, Pedro Mir.
Porque una ciudad sin arte no es muda: es ciega. Y no hay progreso sin memoria, ni futuro sin belleza. Así que hablen los muros, que griten, que susurren, que enseñen. Que cada esquina sea un poema visual, una canción detenida, una historia que no cabe en el boletín oficial.
Porque mientras más hablen los muros, menos se callan los pueblos.