El profesor Australio Pithecus era reacio a hablar en homenajes de personajes famosos, pese a que siempre recibía invitaciones para esas ceremonias.

En cierta ocasión, cuando le pidieron que trazara una semblanza del coronel Armando Fusiles, indicó que sería breve: “Lo conocí tan bien que estoy seguro de que ahora sí estará, por fin, entre los fieles difuntos”, dijo, y regresó a su asiento bajo la atenta mirada de la esposa del coronel, de sus tres exesposas, las dos amantes encubiertas y la trabajadora doméstica, madre soltera cuyos seis hijos el fenecido coronel había apadrinado en vida, todos con la misma nariz prominente, las cejas hirsutas y la misma “bemba” del finado.

La embalsamadora italiana Genara Face Lamomia rara vez asistía a los velorios de personas cuyos cadáveres solía preparar. Es que siempre que entregaba uno de sus “trabajos”, aparecía algún pariente que decía cosas como: —Quedó perfecto, la misma cara de vástago de cortesana que siempre tuvo. “No habría podido aguantar la risa al recordar esas frases, y aunque en los velorios se suelen escuchar las mejores chanzas, no es lo mismo reírse en el patio que soltar una carcajada frente al muerto”, decía.

El genealogista Giusepe Trasrastro Diparenti ayudó una vez a un millonario viudo a fingir su muerte, con féretro y velones incluidos, para ver quién lo apreciaba realmente, así que cuando apareció una caterva de parientes que nadie conocía, las cámaras ocultas grabaron todo, desde los chistes contados afuera hasta las frases plañideras de las cuñadas necrófilas.

Esa noche, cuando se cerró la funeraria para proceder el sepelio el día siguiente, el hombre revisó las grabaciones, con la esperanza de encontrar a algún pariente verdaderamente dolido por su partida, desechó a los que solamente fueron a beber, a los que vinieron cinco minutos, y finalmente descubrió que en realidad nadie lo quería, como sucede con todos los millonarios que amasan su fortuna con la harina de los demás, así que desapareció y nadie ha vuelto a saber de él.

El profesor Australio Pithecus aclaró en su testamento que no quería homenajes, y ordenó que la esquela de su deceso finalizara con esta frase: “No vayan a mi velorio. Yo los visito después”. Hasta ahora nadie se ha animado a informar que recibió “la visita” del catedrático.

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