No debe continuar

Uno de los daños más terribles de la corrupción es que deteriora la confianza en las instituciones públicas. Se puede condenar a los responsables de actos de corrupción, se puede censurar a las organizaciones y a sus dirigentes permisivos cuando&#823

Uno de los daños más terribles de la corrupción es que deteriora la confianza en las instituciones públicas. Se puede condenar a los responsables de actos de corrupción, se puede censurar a las organizaciones y a sus dirigentes permisivos cuando han estado a cargo de administrar el erario. Todo se olvida, y solo queda en el imaginario popular el descrédito del Estado y de la función pública a consecuencia de la actuación de quienes en vez de servir a la Nación se han servido.

No hablamos de personas particulares. Pero la reflexión ocurre bajo el influjo de los hechos de estos días, reveladores de cómo se afectan los bienes del Estado para satisfacer apetencias desmedidas.

El liderazgo que sobrevive estas realidades debe en algún momento practicar una introspección acerca de lo vivido. De cómo se construye el poder en las organizaciones políticas y fundamentalmente, con qué propósito se pretende ejercer la función pública.

Es lamentable que las organizaciones políticas y con ellas sus miembros privilegien la búsqueda del poder como oportunidad para cambiar sus condiciones de vida, olvidando el compromiso con la sociedad y la misión que les asigna la Constitución. No se trata sólo de deberes de conciencia y de ciudadanía, sino de mandatos constitucionales.

El artículo 216 de la Constitución eleva el rango de esas entidades como forjadoras de participación política y de fortalecimiento de la democracia. El acápite 3) de ese artículo establece muy claro que la misión de un partido es “servir al interés nacional, al bienestar colectivo y al desarrollo integral de la sociedad dominicana”. Suele hacerse todo lo contrario.

Todo comienza en la concepción filosófica en que se cimentan los partidos y en las ideas que incumban entre sus miembros. El afán supremo es saciar la sed de poder y riquezas, renegando de los propósitos superiores.

Los hechos acontecidos deben ser útiles para entender que deben renovarse votos por los viejos e imperecederos paradigmas de integridad, servicio y transparencia en la función pública. De que no se va a servirse, sino a servir.

La esperanza es que haya un cambio en la concepción de la política y el ejercicio del poder. Este derrotero no debe continuar.

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