En el año 998, hace poco más de diez siglos, un monje benedictino llamado San Odilón de Francia instituyó la celebración del Día de los Difuntos o de los Fieles Difuntos, que en el siglo XVI fue adoptada por Roma y pasó a ser una celebración de toda la cristiandad.
El sustento de esta fiesta es la doctrina según la cual, al morir, las almas de los creyentes que no han sido limpiadas de sus pecados veniales o no han alcanzado la expiación debido a transgresiones del pasado necesitan las oraciones y el sacrificio de la eucaristía para llegar al cielo.
Otras creencias, de origen pagano pero muy arraigadas entre los cristianos, afirman que los difuntos regresan en esa fecha a la casa que habitaban en vida, por lo cual las oraciones y las misas sirven como intercesión ante Dios para que les otorgue el descanso eterno.
En países como México este día es motivo de celebración por todo lo alto, se instalan altares decorados con vivos colores, se elaboran calaveras de azúcar y chocolate, se cocinan los platos favoritos de los difuntos y se consumen bebidas de todo tipo para compartir con los muertos que supuestamente regresan a la tierra en esa fecha.
Los estudiosos de la historia y muchos investigadores consideran que las religiones han surgido precisamente del culto a los muertos, una teoría que cobra fuerza con el reciente descubrimiento de las cuevas de Rising Star, en Sudáfrica, donde los homo naledi, antepasados protohumanos, enterraban hace más de cien mil años a sus difuntos y tallaban símbolos en las sepulturas.
En todas las sociedades ha existido desde siempre la convicción de un encuentro en “el más allá” como también la conciencia mítica de que los muertos son una presencia invisible que nos acompaña.
Visitar las tumbas de nuestros abuelos, padres, madres, tíos o hermanos, es una forma civilizada de alejar el olvido, de hacer que los recuerdos y vivencias compartidas con nuestros muertos se incorpore a las memorias familiares, y conseguir que no se vayan del todo; es también una manera de reconocer cuánto han influido esos antepasados cercanos en lo que cada uno es ahora, incluso cuánto nos parecemos.
Ojalá esta celebración sirva para rescatar los buenos ejemplos y las mejores enseñanzas de los que partieron a la eternidad, para que podamos edificar una mejor vida futura para todos.