Asistimos a un recrudecimiento de la violencia. Los hechos la sitúan en tres de las provincias más pobladas: Santiago y Duarte, en la región Norte, y en San Cristóbal, en la región Sur.
En apenas horas, podría decirse que durante el largo fin de semana, cayeron asesinadas al menos 15 personas, entre ellas un niño, la mayoría bajo fuego. No entran en el conteo sangriento las víctimas al por menor en otras latitudes.

Las autoridades hablan de que esta es una “violencia de la sociedad”, como si fuesen ajenos a ella, es decir, que la generan los pobladores entre sí. Ciertamente, no se trata de la violencia desde el poder o desde las instituciones de control social contra el crimen organizado.

La cuestión es que mueren dominicanos por la causa que fuere, aunque se sugiere que en la mayoría de los casos pudiera estar de por medio el control del mercado ilícito de drogas.

Comoquiera, se supone que el Estado debe utilizar sus medios e instrumentos para reducir a lo mínimo la operación de estos grupos, tanto en el tráfico de drogas, o como bandas organizadas con un amplio campo territorial de mayor espectro.

En algunas ciudades, es de público y notorio conocimiento que existen zonas donde literalmente las autoridades policiales “no entran”, por no decir: “no pueden entrar”. O donde existe una tácita coexistencia con el crimen organizado, con múltiples variantes.

Lo peor de esta triste realidad es que los dominicanos, acogotados por la persistente recurrencia de hechos criminales, aceptan todo esto como parte de la normalidad. Convivir con el crimen como un sistema de vida. Es la expresión más dramática de las sociedades vencidas. No necesariamente por miedo, sino, quizás, por el convencimiento de que eso no va a cambiar.

Cansadas de que nuevas autoridades, una y otra vez, vuelven con los mismos discursos, sin resultados tangibles. Y así, como si no existieran soluciones.

Ocurre con la violencia, pero también en otras situaciones, aún más difíciles…

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