La del 2020 no se pareció a otras Nochebuena por los efectos de la Covid-19 y por su terrible impacto en múltiples aspectos de nuestro diario vivir.
La familia dominicana tenía poco que celebrar, pero la de este año, aunque diferente en múltiples aspectos, no debe llevarnos a olvidar que por efectos de la pandemia en miles de hogares esta noche habrá sillas vacías.
Pero lo inconcebible sería, y ese es nuestro consejo, que el vacío de las mesas sea llenado con puestos ocupados por aquellos absortos en la pantalla del celular y que deslizan el dedo en una búsqueda constante de algo que está lejos, mientras ignoran a quienes están cerca.
Es la razón por la que rescatamos por esa circunstancia la sugerencia de una amiga terapeuta de que esta noche, mientras se esté en la cena, se guarden celulares y demás artefactos, y que el único aparato que funcione sea el digestivo, independientemente de que seamos activos en las redes y del encanto de la tecnología.
Recibamos esta Nochebuena de buen talante y démosle la medida de nuestras posibilidades y creencias, por aquello de que el hombre es tan feliz y tan desgraciado como cree que es o por lo que sentenció Lincoln: que las personas son felices como deciden serlo.
Se trata de que los valores que deben promoverse en estas festividades se hagan presentes y se vivan en una auténtica fraternidad familiar, como una forma de pasar la página de un año que ha estado signado por demasiados acontecimientos difíciles de sobrellevar.
Nuestro deseo sincero es que cada quien celebre a su manera, pero que prime la sencillez y no la glotonería.
También es la ocasión propicia para hacer un alto en medio del ajetreo del trabajo o del estudio para reflexionar y, en soledad de cuerpo y alma, recalcar una vez más que la vida se compone de altas y bajas y que vivirla es la mejor opción.
Que en medio de los tiempos convulsos que afrontamos, sigamos trabajando por la paz y nunca nos cansemos de exigir nuestro derecho a vivir en un mundo mejor y más humano.
