El pasado 28 de abril, el ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales dijo que la disminución de las operaciones industriales y las actividades comerciales había generado una “significativa mejoría” en la calidad ambiental de la República Dominicana. El ministro Ángel Estévez hacía una evaluación con su equipo sobre el impacto de la paralización por la COVID-19 en los ríos, el suelo, el aire, la flora y la fauna.

La evaluación sugería que “el agua de los ríos Ozama, Isabela, Haina, Camú, Yaque del Norte, Yaque del Sur y Yuna, presenta una mejor calidad, que se determina tomando en cuenta los parámetros físicos (turbidez, color, olor y sólidos suspendidos) químicos (demanda biológica de oxígeno, demanda química de oxígeno, aceites, grasas y nitrógenos) y biológicos (coliformes fecales, estreptococos fecales, entre otros)”.

Ha sido común oír ese tipo de consideración en un plano más general, acerca de cómo algunos elementos y especímenes de la tierra han estado modificando sus comportamientos, y especialmente, cómo han extendido sus áreas de movimiento, hasta aproximarse a algunas grandes ciudades.

También se habla de cómo la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero se han reducido en los grandes países afectados por el coronavirus.

Es obvio que la reducción de las actividades industriales, de una u otra forma, impacta el medioambiente, lo mismo que todo lo que tiene que ver con la disminución del tráfico internacional a todos los niveles.

Pero eso no durará demasiado, y no se puede esperar que la degradación ambiental se detenga por una circunstancia tan azarosa como la COVID-19.

Lo que el ministro de Medio Ambiente destacaba como una cosa “significativa” desnuda el problema de las malas prácticas de muchos pobladores, de ciertas empresas industriales y comerciales en el país, que no disponen adecuadamente de sus residuos.

Quizás esa reflexión lleve al ministro a entender la grave responsabilidad de su dependencia para inducir cambios entre quienes desarrollan prácticas poco amigables con el ambiente.
En ese sentido, este drama que vive el mundo es una oportunidad para empezar a cambiar las visiones entre los ciudadanos, productores y prestadores de servicios, para que asuman una actitud más responsable con el medioambiente.

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