La Semana Santa ya paganizada hasta lo indecible, siempre será una oportunidad para todos los seres humanos que se acogen a la filosofía cristiana o que viven bajo su influjo.

Una oportunidad para reflexionar en el más amplio sentido de la vida. Es un período oportuno, porque con el asueto, viene un espacio en el cual las personas se liberan de la carga obligada del trabajo que tiende a tornar en rutina todo lo que se hace.

Lo es naturalmente para quienes llevan una práctica comprometida con las enseñanzas de Jesús. Valorar cómo han conducido su existencia, sus relaciones con los demás y especialmente cómo contribuyen para que los seres humanos sean más felices, en términos más modestos, para que vivan mejor.

Lo es también, y especialmente, para los predicadores, que se pasan la vida propagando “La palabra del Señor”, pero no siempre se comportan como dignos hijos y con sus hechos desdicen del compromiso.

Semana Santa también es un escenario para quienes ejercen algún liderazgo, político, social o laboral. Se suele llamar a reflexionar sobre la importancia de comportarse de acuerdo con los paradigmas para la mejor ciudadanía, para comportarse bien, con los vecinos, amigos, relacionados, o para cumplir con los deberes laborales. Los políticos que se tornan tan creíbles, deben vincular más sus palabras con los hechos.

Es como si por obra y gracia del espíritu santo nos volviésemos dignos ciudadanos. Brotan los más profundos sentimientos de amor y paz. Sería magnífico que viviésemos un cambio de tanta magnitud. Todos seríamos mejores.

Bueno, este es un buen tiempo para comenzar. Como no hay tanto agobio en ciudades y campos, no está demás esa profunda introspección. Eso es válido para todos, los buenos y los malos. Así tendríamos la oportunidad de cambiar para el bien individual, familiar y social, para todos cuanto habitan en esta tierra.

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