Me encantó lo que hace días dijo el papa Francisco: “La crisis originada por el coronavirus nos coloca frente a una doble vía: la que conduce al fortalecimiento del multilateralismo, como expresión de una solidaridad fundamentada en la justicia y en el cumplimiento de la paz y de la unidad de la familia humana; y, por otro lado, la que nos encamina a actitudes de autosuficiencia, nacionalismo, proteccionismo, individualismo y aislamiento, apartando a los más pobres y vulnerables”.

El COVID-19 tendrá fuerte conmoción en las ideologías políticas a nivel global. Luego del derrumbe de la Unión Soviética, leíamos que en el esquema ideal, el Estado no intervenía en los asuntos particulares, pues eso perjudicaba el desarrollo y el bienestar de los pueblos. Uno de los abanderados más importantes de esta tesis fue Francis Fukuyama, con su libro “El fin de la Historia y el último hombre”.

Esta obra fue de lectura y análisis obligados a principio de los años noventa. Impactó en muchos de nuestra generación soñadora, luchadora y esperanzada en la justicia social y en la mejor distribución de las riquezas. Afirmaba que la era de las utopías había muerto y que el liberalismo se había impuesto en el mundo, gracias, en gran medida, a la falta de ideologías alternativas, especialmente luego de la desaparición de la Guerra Fría.

Resumiendo, defendía que las ideologías ya no eran necesarias y que habían sido sustituidas por la economía. Argumentaba Fukuyama que la evolución ideológica había terminado y que el triunfo del liberalismo era inevitable y para siempre. ¡El capitalismo se creyó dueño del universo!

Recuerdo que Juan Bosch, al referirse al libro, dijo que su contenido no era cierto y lo combatió con una altura y profundidad de sabio. Por ejemplo, hubo varios gobiernos de izquierda en América Latina y también lo ocurrido con el COVID-19 son muestras de que el ilustre dominicano tenía razón. En el último caso, el “laissez faire, laissez passer” ha fracasado para enfrentar la pandemia.

En el capitalismo que conocemos, el fuerte vence al débil, o lo olvida, que es peor. Las grandes corporaciones solo piensan en sus ganancias. La salud y el bienestar del prójimo quedan en segundo y hasta en tercer plano, destacando que, aun así, los ricos tendrán preferencia abismal sobre los pobres.

La propiedad privada debe estar al servicio de la vida. Por ello aumentan las voces que reclaman una solución sin fronteras para enfrentar este atroz virus del que nadie escapa, sobre todo con el acceso a la vacuna. Que el afán lucro ceda paso a la solidaridad. El COVID-19 parirá renovadas ideologías que abarcarán otras áreas y la historia continuará.

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