Por: Alfredo López Ariza

El reciente triunfo del presidente Nayib Bukele en las elecciones del 4 de febrero ha provocado un intenso debate sobre el futuro de El Salvador, especialmente en relación con los derechos humanos. Su victoria representó un quiebre con las tendencias electorales recientes en América Latina, desafiando factores como el castigo al gobierno en ejercicio, la dificultad de la reelección y la necesidad de balotajes, así como presidentes sin mayoría parlamentaria. Su enfoque prioritario en la seguridad ciudadana ha sido señalado como clave para su éxito electoral, aunque no ha estado exento de denuncias explícitas.

En este contexto, ha surgido el concepto de “Bukelización de la política”, término acuñado por el profesor Daniel Zovatto, quien lo define como un modelo seductor y eficaz. Este enfoque ha inspirado a diversos políticos en la región, entre ellos el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, quien ha adoptado una estrategia similar en su “Plan Fénix”. La influencia de Bukele en la política latinoamericana es innegable, con varios líderes emulando sus políticas de mano dura, especialmente en el ámbito de la seguridad. La comunicación efectiva en redes sociales y la proyección de una imagen de líder cercano al pueblo son aspectos fundamentales de su influencia regional.

En Guatemala, durante las elecciones del año pasado, surgieron candidatos como Edmond Mulet, quien bajo el lema “Seguridad Total 24/7”, prometía la construcción de cárceles de máxima seguridad, la implementación de tecnología y un gobierno más autoritario. Otra candidata guatemalteca, Zury Ríos, expresó públicamente su intención de emular el modelo de Bukele a través del “Plan 4-40”. De igual forma, en Honduras, la presidenta Xiomara Castro lanzo la “Operación Fe y Esperanza”, una iniciativa que marca el inicio de la guerra contra las pandillas. Esta estrategia incluye la militarización del sistema penitenciario y la utilización del estado de excepción para llevar a cabo operaciones cinéticas contra las pandillas, siguiendo la misma hoja de ruta del presidente Bukele.

Sin embargo, se señalan los límites y sombras de esta estrategia, incluyendo dudas sobre su sostenibilidad a largo plazo y los costos en términos de libertades individuales. No todos los políticos pueden aplicar un programa similar, ya que requiere condiciones específicas, como un sistema político debilitado y altos niveles de popularidad. Dicho esto, el modelo del presidente Bukele ha sido señalado por presuntas infracciones a los derechos humanos, el deterioro del estado de derecho y una creciente centralización de poder en el ejecutivo.

Es importante reconocer que estas acusaciones de autoritarismo y violaciones a los derechos humanos deben ser analizadas con cautela y objetividad. En un contexto donde las potencias externas a menudo intentan influir en los asuntos internos de los países latinoamericanos, es fundamental respetar el principio de autodeterminación de los pueblos y permitir que los líderes elegidos democráticamente lleven a cabo sus programas políticos.

A pesar de la fascinación por el modelo Bukele, el mismo no se trata de una receta universal, como lo demuestra el fracaso de algunos candidatos que intentaron imitarlo en elecciones recientes. Es crucial comprender el contexto y los costos asociados antes de intentar replicar sus políticas. En resumen, aunque Bukele es un poderoso “influencer político”, sus recetas son difíciles de exportar a otros países sin un conocimiento profundo del contexto local y los riesgos involucrados.

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