libro el mundo que quedó atrás
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A raíz de su derrocamiento y expulsión de Irán, el nombre de Mohamed Rezha Pahlevi se popularizó en la República Dominicana. Políticos y columnistas hicieron de su vida, obra y personalidad temas de debate. Los intelectuales de izquierda y los grupos marxistas describieron su caída como uno de los golpes más contundentes a las fuerzas de la reacción y el imperialismo.


Esos artículos, editoriales y comentarios tenían una cosa en común: un absoluto desconocimiento de la historia iraní y de la dinastía Pahlevi. Es irónico que casi todos ellos coincidieran en el mismo error: atribuirle una antigüedad que la dinastía nunca tuvo. El editorial de un vespertino comentó que la muerte del sha, en el destierro, dejaba atrás un milenio de dinastía. En términos similares venían expresándose
políticos y periodistas.


En realidad, la dinastía duró 53 años. Se inició oficialmente con la coronación de Rezha Khan, como el sha Rezha Primero, el 25 de abril de 1926, y concluyó con la caída de su hijo y sucesor, Mohamed Rezha Pahlevi en 1979 tras una revuelta popular de inspiración religiosa.

La historia comenzó el 31 de octubre de 1925, cuando la Asamblea Constituyente reunida en Teherán depuso al último de los Kadjars como sha de la antigua Persia, después de largos conflictos y ocupaciones e intervenciones extranjeras, con la nación envuelta en el peor de los caos y una descomposición política, económica y social inimaginables.

En lugar del último de los Kadjars, una dinastía iniciada en 1787, Rezha fue designado regente por la Asamblea Constituyente que en diciembre del mismo año, 1925, lo exaltó al trono de Irán, iniciando así un nuevo reinado.

El ascenso de Rezha Khan, un antiguo iletrado cuidador de asnos, dio a Persia el primer soberano de origen persa en 138 años, pues los Kadjars eran de ascendencia turca. El nuevo sha contaba entonces 48 años de edad.


Detrás de esto hay una historia digna de contarse. Comenzó realmente a finales del siglo XIX, cuando el gigantesco Rezha, medía casi dos metros de estatura, oriundo de la pequeña y mísera aldea de Savad Kuh, próxima al Caspio, se enroló en el ejército con apenas 14 años, haciéndose pasar por un joven de 18 años. Su valor y arrojo le permitieron un rápido ascenso, hasta llegar al grado de coronel de caballería de la Brigada de Cosacos, al frente de la cual marchó y tomó Teherán en febrero de 1921, con el visto bueno de los ingleses.


La acción se desarrolló sin lucha, tras lo cual fue designado general y poco después ministro de Defensa, y Primer Ministro, posiciones desde las que asumió virtual y prácticamente el control de toda la nación, y comenzó la reorganización y modernización del ejército, hasta entonces infiltrado de elementos rusos.


En connivencia con los británicos inició una depuración de oficiales soviéticos, que trajo consigo una enérgica protesta de la embajada de esa nación, pero la medida no tuvo mayores repercusiones, pues Moscú, involucrado en una guerra civil contra los remanentes del ejército zarista, optó por aceptar el curso de los acontecimientos en el vecino país.


Poco después, Rezha Khan convenció al sha, el penúltimo de los Kadjars, de que denunciara el tratado anglo-persa firmado bajo las penosas circunstancias en que se encontraba el país en 1919, lo cual implicaba un duro golpe a las aspiraciones británicas de controlar por completo a Irán.


Por extraño que parezca, el futuro sha, el primero de los Pahlevi, fue en una época defensor de la instalación de la República. Entusiasmado con las ideas de Kemal Ataturk en Turquía, había establecido contacto, siendo coronel del ejército imperial, con una organización denominada Jóvenes Persas, que abogaba por la expulsión de los ejércitos extranjeros y la aniquilación consiguiente de la abrumadora
influencia turca y soviética.


Sin embargo, la oposición de la jerarquía chiíta. una orden tradicionalista islámica, que era y es mayoritaria en Irán, le obligó a desistir de sus propósitos, poco después de que la Asamblea Constituyente rechazara en 1924, apenas dos años antes de asumir el trono como emperador de la antigua Persia, una sugerencia suya para convertir la decadente monarquía de los Kadjars en una república.


Muchos de nuestros políticos, grupos comunistas y articulistas más connotados estuvieron por más de un año hablando y conjeturando sobre Irán y su desterrado y fallecido sha Mohamed Rezha Pahlevi. Con todo el desparpajo que caracterizaba a la mayoría de ellos, lo estuvieron haciendo sin una pizca de conocimiento sobre el tema.

Esto no debería resultarle extraño a nadie. En verdad era lo que leíamos y escuchábamos casi a diario en los periódicos y en las estaciones de radio. Fuimos víctimas de una progresiva estafa intelectual. La dinastía “milenaria” de los Pahlevi de la que nos hablaron diarios y organizaciones marxistas duró apenas poco más de medio siglo.


Rezha fue un depurado maestro para su hijo, que le sucedió en el trono no sin antes superar algunas dificultades producto de la oposición que la monarquía inspiraba en las potencias aliadas, a comienzos de la década de los 40.

En sus años de formación como heredero de la corona, su padre se encargó de que recibiera una educación espartana. Prohibió terminantemente que se le tratara con alguna distinción.


“Debes dar la impresión de que siempre lo controlas todo”, le decía Rezha a su hijo casi diariamente durante el desayuno.


El primero de los Pahlevi dio al joven heredero muchos ejemplos de cómo mantener ese dominio. Como ferviente admirador del dictador turco Kemal Ataturk, Rezha el Grande se propuso seguir sus pasos y modernizar el Irán tribal de aquellos años treinta. Dispuso, por ejemplo, que los hombres vistieran a lo occidental y que las mujeres se abstuvieran de llevar velo en el rostro. Además, dejó sin efecto la prohibición que vedaba a las mujeres usar vestidos que mostraran sus hombros.


En interés de dar ejemplo, Rezha se apareció un día en una inauguración oficial acompañado de su esposa e hijos sin velos, con faldas, chaquetas y sombreros, en lugar de los antiguos trajes persas. Se hizo tomar fotografías y publicó un decreto disponiendo que todos los iraníes hicieran igual.

La medida chocó con la resistencia de las autoridades religiosas. Un influyente imán, autoridad musulmana, criticó públicamente en una mezquita la iniciativa real y censuró a la reina por haber mostrado sus brazos en público.


Enterado ese mismo día de la reacción, Rezha, montado en cólera, tomó un vehículo del Palacio y sin esperar a su escolta se trasladó rápidamente al templo donde golpeó salvajemente al imán con la punta de hierro de su bastón.

Esta historia no es fruto de ninguna fértil imaginación. Se la contó el propio Rezha Pahlevi, su hijo, al escritor francés Gerard Villiers, que la cita en su extraordinario libro La irresistible ascensión del sha. En sus años de formación, el heredero fue también testigo de otras ocurrencias de su padre, no menos crueles.

En otra oportunidad, por ejemplo, ofendido porque había perdido uno de sus caballos preferidos, Rezha Khan se dirigió al paddock después de una carrera, arrancó al jockey de su montura y lo golpeó en presencia del público, dándole patadas en el vientre. Sus biógrafos cuentan que el monarca era capaz de defenestrar a la gente, incluso a sus propios ministros.

Una vez llamó directamente la atención a un miembro de su gabinete. Éste, en lugar de hacer lo que sus colegas hacían en tales casos, doblar el espinazo y pedir perdón de rodillas, protestó y trató de defenderse. Rezha lo asió por la solapa con una de sus gruesas manos, lo empujó hacia una ventana, y lo lanzó al vacío. Villiers cuenta que en otra oportunidad, Rezha dio muerte a patadas a otro de sus ministros.

Pero el incidente que motivó el rompimiento de relaciones con Grecia e Irán es el que pinta más a la perfección el irascible carácter del primero de los Pahlevi. Cuando el nuevo embajador griego fue a presentar credenciales al monarca, el gran chambelán Teymurtache anunció a la sala donde esperaba Rezha y todo su séquito:. Su Excelencia, señor Kyriakos, enviado extraordinario del rey de los griegos.

El nombre provocó cierto estupor en la sala. La razón era obvia. En persa, el nombre del diplomático se prestaba a un juego de palabras. En persa Kir significa sexo masculino, Kos el femenino, y ia significa o. Al oír el nombre, el sha se inclinó hacia su chambelán y le dijo a los oídos: ¿Se llama Kir o se llama Kos?

Como no halló respuesta, que no fuera la cara de asombro del enviado griego, el sha se levantó iracundo: “Mientras no se decida que se vaya”, y abandonó la sala. Grecia e Irán no tuvieron relaciones por mucho tiempo desde entonces.

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