Por común no necesariamente es el más frecuente entre quienes deberían preferir lo lógico a lo absurdo y optar por la alternativa que menos perjudique al entorno, ante situaciones en apariencia desconocidas.
Ese estado abstracto de prudencia que representa la facultad de entendimiento de manera razonable se hace real es la búsqueda de respuestas y actuar en consecuencia con empatía hacia los demás. En ocasiones, a ese buen obrar como corresponde se le atraviesa, el comportamiento ególatra. La educación y las buenas costumbres exigen guardar las formas de la sana convivencia porque las vueltas que da la vida nos puede dejar en la parada más inesperada.
Cuando nos enseñaban anatomía en la primaria, solo se hablaba de los sentidos de la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto, obviando el sexto que parte de nuestros pensamientos para hacer buen uso de los primeros. Es preciso tener una mirada cierta para saber discernir, entre lo correcto y lo que no lo es; sabiduría para interpretar lo que se oye de la manera más adecuada y no replicar de lo que no se tenga constancia; delicadeza y tacto para transmitir las ideas y sensibilidad para entenderlas, gusto solo por lo que nos aporte crecimiento y concentración para oler las buenas oportunidades y desechar las que no convengan.
Esa percepción en la versión sexta de los cinco habituales, se encuentra hiperdesarrollada en la intuición de las madres que pueden detectar con un olfato del mejor sabueso al amigo del que es preciso desconfiar y que las esposas activan para identificar las malas compañías, sin siquiera conocer al incumbente. Es esa reserva que va formándose con el tiempo y que se aprende en medio de malas experiencias para dejar una enseñanza, si es que se deja escuchar la vocecita de advertencia para discernir el comportamiento recto, del torcido.
Es el tirón de aprehensión para no tomar decisiones precipitadas con la prudencia de analizar las aristas necesarias que hagan comprender el panorama en su conjunto. Ese es el llamado de la conciencia que todos llevamos dentro, aunque pretenda ignorarse, que precisa analizar el comportamiento propio e inclinarse hacia la oportunidad más acertada.
Esta capacidad de la que poco se habla es la aptitud para percatarse de que, si es secreto, no es bueno; si se oculta, es dañino; si perjudica a otros, no puede ser conveniente y que, si es demasiado bueno, en realidad, no lo es. El sentido común es esa llamada de atención antes de lanzarnos al precipicio para entender con antelación, si se tiene el paracaídas que asegure la caída o si, en cambio, descenderemos en picada.