El presidente dominicano está siendo duramente criticado por la manera que está enfrentando la desbordada inmigración de nuestros vecinos. En la edición de ayer del periódico Hoy, los activistas denuncian que “han arrestado a haitianos que cruzaron ilegalmente a la República Dominicana, a haitianos cuyos permisos de trabajo dominicanos han expirado, a los nacidos en la República Dominicana de padres haitianos a quienes se le negó la nacionalidad”. Igualmente afirman que estos “maltratos“ han coincidido con la llegada de Luis Abinader al poder.

El refutar estas aseveraciones al mismo nivel no nos conducirá a ninguna parte. Analicemos el problema desde un punto de vista objetivo, como lo debe analizar cualquier jefe de Estado. En el listado de los países de mayor fragilidad, Haití está en el grupo de los 13 países peor clasificados, acompañado de algunos países que han sufrido prolongados conflictos armados, con las pérdidas de vidas humanas y la destrucción de sus infraestructuras físicas. Es el caso de Afganistán. O el caso del Chad donde grupos islamistas cometen crímenes contra la humanidad, o Yemen, desangrado por una guerra civil que duró 22 años, atizada por la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán. Que Haití este clasificado entre este selecto grupo de países sin sufrir un conflicto armado es un indicador elocuente del grado del deterioro social en que está inmersa. Si tomamos el Índice de Desarrollo Humano, nuestros vecinos ocupan el puesto 170 de un total de 189 países y territorios. En realidad, no tienen mucho margen para bajar más. Desde el punto de vista de la pobreza, el 59 % de la población haitiana vive por debajo de la línea nacional de pobreza de US$ 2.41 al día, lo que equivale a US$ 72,3 por cada treinta días. Aún más, el 24 % de la población vive por debajo de la línea de extrema pobreza de US$ 1,23 por día. Finalmente, vamos a mencionar una estadística que a los “activistas” no les conviene discutir, pues se concentran en denunciar el “racismo” y las injusticias de las sociedades que, en su opinión, deben recibir a los inmigrantes, mientras ignoran a las élites que provocaron una crisis que se tradujo en ese flujo de gente desesperada tratando de escaparla. En los últimos 10 años, en el medio de tanta miseria, la desigualdad social no ha hecho más que crecer, pues el índice de desigualdad ha bajado de 59,2 a 41,2. (El número uno siendo la mejor puntuación). Estos criterios objetivos indican la gravedad del problema que el jefe del Estado dominicano enfrenta. Su responsabilidad consiste en evitar que esta crisis de anarquía y deterioro social nos arrope. Y eso ha hecho.

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