Los dominicanos celebramos ayer el Día de los Padres, como únicos en el mundo que dedicamos el último domingo de Julio, a este festejo. Taita, papá, papi, viejo, pai o como quiera que lo llamen, una celebración pálida, si pretendemos compararla con la de la madre. Sin el brillo de la fecha dedicada a las madres, se focaliza la atención en papá, con una oferta comercial que abarca desde lo sublime hasta lo grotesco. Esto para ofrendar con regalos a “papi” y la oportunidad de agasajar a los “viejos”, abuelos, suegros, padrinos, tíos y mayores venerados. Oportunidad fácil para decir el difícil “te quiero”, con palabras, gestos y símbolos. Papá, héroe infalible de nuestra infancia primera, que todo lo puede; dueño de respuestas y explicaciones; castillo protector ante incógnitas y temores; cómplice de travesuras inocentes; guía con el ejemplo, inspirador del respeto, profesor de principios, amigo fiel. Maestro en las artes de la vida y la subsistencia; capaz de responder de historia, de geografía y matemáticas, ante la pregunta insistente del hijo escolar. Proveedor incansable de necesidades y caprichos; motivador de cariños con ternuras masculinas. Iniciador en juegos tradicionales y pasatiempos infantiles. Trasmisor de conocimientos prácticos de cultura. Combinación extraña de razón y sentimientos, que sabe decir no cuando es lo justo; sí, cuando es lo conveniente y que se atreve a disciplinar. En ti padre mío, honro a todos los padres del universo. Me diste tu apellido, tu carga genética y de valores morales y sentido de justicia. Gran herencia que aún me dura. No me alcanzará la vida para añorarte, ni el tiempo para que respondas todas las preguntas que no pude hacerte. No creo haberte dicho cuanto te quiero, amor que crece después que iniciaste el viaje de descanso eterno. Tu memoria existe como marca indeleble procurando revivir los momentos más dulces contigo. Cuando hube de volar solo, necesité tu fortaleza y la fuerza de tus ejemplos me llevaron a batallar, a luchar, a vencer, aunque lleno de heridas y cicatrices. como hiciste con tu propia familia. ¡Cuántos sacrificios para que llegáramos más allá de tus sueños…! Tu aguda inteligencia y cultura, el fino sentido del humor con sonrisa fácil y contagiosa, la frase oportuna y galante, el férreo carácter mezclado con la jovialidad espontánea, el sentido de valor e indómita libertad interior, no marchitaron ante las injusticias y perjuicios que te causó la dictadura y su prisión abusiva y sin delito. Se te acabó la vida cuando más deseos y razones tenías para vivirla. Evoco tus más dulces recuerdos y procuro sentir en tu cuerpo mis experiencias propias como si quisiera prolongar en mí tu existencia. Me pregunto cómo actuarías ante mis circunstancias, como sentirías con mi accionar. No te tengo, pero te llevo dentro con orgullo.

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