El “motorita”, es subespecie evolucionada del conductor dominicano, que lo supera ampliamente en lo que a manejo imprudente y temerario se refiere. Entre calles, caminos y carreteras se conforma el área de tránsito de los 48 mil y pico de kilómetros cuadrados de nuestro territorio y donde transitan 5.1 millones de vehículos registrados (a enero 2022), cifra de la cual el 55.8% corresponde a motocicleta. Es decir, más de 2.87 millones de estos artefactos. Concebidos como transporte de a uno, a lo sumo dos pasajeros, que la capacidad desnaturalizadora del criollo lo han convertido en autobús de dos ruedas donde “caben to”. Con principios propios que contravienen hasta las leyes naturales, se desplazan como la “jonder’diablo” a velocidades subsónicas, sin entender que su cuerpo es parte integral del chasis. La Física, ciencia que involucra el “centro de gravedad”, es olímpicamente violentada con fatales consecuencias. La idea de que “eto cabe por toa’palte” es axioma de aplicación permanente que en atrevidas piruetas, se aplica haciendo temerarios malabares de circo, entre vehículos en movimiento, eludiendo el ser “aperruchado” entre dos vehículos en el mismo sentido. En algunas zonas, como en Constanza”, los motoristas accidentados no colisionan con ánimos de que haya heridos, sino “difuntos”. Extrañamente allí ocurren choques frontales con inusual frecuencia. El “Wilin” o “calibrado”, que coloca el motor en posición vertical mientras se mueve, obliga a mirar al cielo, poniendo en riesgo al propio motorista y a los infelices que esa máquina ciega, encuentre en su camino. Agraciadamente a los motores “eléctricos” no les sobra potencia para esos “amaracos”. El motorista suicida, que emulando los kamikazes japoneses de la gran guerra mundial, se convierten en torpedo de tierra, acostándose sobre el asiento, para reducir la resistencia al aire, partiéndose la “crisma” (aún no sé qué órganos incluye) si se “fuera de jocico”. El artefacto mecánico que desplazó al burro, representa una magnífica opción de transporte económico, que mal usado se convierte en provocador de dolor familiar cuando ocurren tragedias que los involucran y no por el motor en sí, sino por la imprudencia, el manejo temerario, el desplazamiento veloz y la posibilidad, siempre viva, de ser aplastados por desaprensivos en vehículos mayores. Con estupor, vemos cómo incluyen, como “pasajeros”, a infantes de todas las edades, víctimas propiciatorias de estadísticas nefastas, sin capacidad de defensa. Cuando “sacan” la mano (que siempre está afuera), interprete usted la intención del sujeto que “jinetea” un motor. Todo aquel que aprende a conducir, con las “normas del “antimanejo” del motorista, cuando es “chofer”, resulta una peligrosa amenaza de cerebro condicionado a la estrechez y movilidad del motor. A esto, súmese la entrada masiva de haitianos que conducen motores, con su contagiosa incultura general y marginación de normas…

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