El pasado fin de semana seis mujeres perdieron la vida en el país a manos de sus parejas o ex parejas.
La violencia doméstica en América Latina tiene una alta incidencia con cifras particularmente alarmantes de mujeres asesinadas, y República Dominicana es el lugar del Caribe con mayor cantidad de delitos de este tipo según informes elaborados por el Centro Reina Sofía.

Actualmente, más mujeres entre 15 y 44 años mueren por esta razón que por cáncer o por accidentes de tránsito. Y aunque exista una intención de combatir el problema por parte de autoridades como el Ministerio Público y el sistema judicial en general, lo cierto es que aún hace falta profundidad en una política integral que enfoque, además de la parte punitiva, la prevención, la educación y sobretodo la protección de las mujeres maltratadas y amenazadas.

Es importante enfatizar la necesidad de que se hagan las correspondientes denuncias, pero no sólo por parte de las víctimas sino también de testigos que a veces se quedan en silencio por temor o por cumplir patrones tradicionales de “no meterse en pleitos de parejas”. Y esto debe ser sobre cualquier forma de violencia, no sólo la física que es la más evidente sino también la patrimonial, la sexual o el maltrato psicológico que es tan o más dañino debido a sus repercusiones en la salud y el estado emocional de las personas.

Es necesario que las mujeres identifiquen las formas de violencia castigadas en nuestra legislación y acuda a la justicia, pero además, para que las víctimas puedan sentir seguridad en denunciar, el Ministerio Público debe jugar un rol más activo en ofrecer garantías y dar seguimiento para que no se repitan casos de mujeres asesinadas luego de haber dado una voz de alerta.

Resulta urgente un consenso de los sectores involucrados para la definición un protocolo de actuación, la creación de más centros de acogida para mujeres maltratadas y el desarrollo de mejores programas para concienciar a agresores y potenciales agresores.

Pero aún más importante es la necesidad de educar a una población machista en la que aún existe una permisividad social al maltrato a la mujer. Hay que erradicar la cultura de la que esto deriva, en la que algunos hombres son moldeados para dominar y agredir a los débiles, creándoles un velo que les impide ver que a los ojos de la mayoría no son más que cobardes.

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