Lo peor de la famosa pandemia, además de sus muertos y los efectos en todo el aparato productivo, con su inmensa secuela de desempleo forzoso, parálisis de inversión, ausencia de turistas, etcétera y etcétera, y el distanciamiento no bien acatado por este pueblo siempre dado a la chercha colectiva, es habernos impuesto disfrazarnos, para que no nos reconozcan ni nuestros hijos. No hay nada más odioso que está mascarilla (mas bien máscara) que, además de ocultarnos la sonrisa y el enojo, a todos nos ha convertido en seres anónimos… (Reflexión en el área de espera de un banco, donde antes el enmascaramiento estaba prohibido).

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