El impacto del virus ha tenido la más dolorosa de sus consecuencias: la pérdida de vidas. En el país ya son más de 1300 fallecimientos y a nivel mundial superan los 650 mil. La vida es tan maravillosa que la mayoría de los seres humanos no acepta como normal que pueda acabar; pero todas y todos moriremos, ese es un destino ineludible para quien nace.
Baruch Spinoza filósofo que entendemos trasciende todos los tiempos decía que “Se libera quien no piensa en la muerte”, tarea muy difícil para la mayoría de los seres humanos.

Un punto de una trascendental reflexión es el que corresponde a la causa de la muerte y lo cual generalmente no permite elección. En lo que se refiere a la actual pandemia, las muertes las provoca ese virus que casi de forma imparable se expande por todos los confines de la Tierra a través de sus contagios. Pero la causa de esas muertes por el virus bien debería generar una profunda reflexión respecto a los demás fallecimientos que ocurren cada día, los cuales de acuerdo a muy numerosas investigaciones científicas en muchas situaciones son prevenibles en sus causas.

El impacto del virus ha concentrado a toda la humanidad y así se expresa en los distintos Estados y particularmente en sus sistemas de salud, en una tenaz lucha por proteger la vida. Con medidas enérgicas como confinamientos, toques de queda, apresamientos para los que no acatan las disposiciones y la búsqueda incesante de distintas modalidades de vacunas que pudiesen efectivamente detenerlo.

Sucede desde otra perspectiva que cada día ocurren fallecimientos cuyas estadísticas como los de causas cardiovasculares superan por mucho a los del coronavirus, así como otros de grandes proporciones por cáncer o diabetes; o los casos de fallecimientos por causas no naturales como por homicidio, accidentes de tránsito o los tan profundamente tristes en los que la persona acaba con su propia existencia.

La ciencia y una efectiva gestión del Estado al respecto ha demostrado cómo una gran proporción de los fallecimientos son prevenibles y para algunos de los casos referidos y aunque no acontecen con la velocidad hoy del coronavirus sino lentamente, son los efectos en el tiempo de estilos de vida no saludables que deben ser transformados para prolongar la vida.

El impacto del virus debería de inducir nuevos aprendizajes para desarrollar desde el Estado programas más efectivos para otras formas de protección de la maravillosa vida que aunque ineludiblemente ha de acabar, merece ser cuidada con igual o mayor intensidad de cómo hoy se hace frente al coronavirus.

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