El pasado 27 de febrero, día en que celebramos nuestra Independencia, me encontré con una querida amiga, casi hermana, a la que tenía mucho que no veía, pues emigró con sus hijos a Estados Unidos. Ella vino de un “saltito” como decimos los dominicanos cuando viajamos al país de origen por alguna razón. Entre los temas abordados, uno de ellos fue el casi obligado tema haitiano.
Me resultó inquietante cuando ella me afirmó que la República Dominicana está poniendo en peligro su soberanía, como nación libre e independiente. Me habló de lo que todos vemos a diario, pero que no prestamos atención: la invasión por el útero.
Ella no tuvo que darme explicación, ni detalles, porque de inmediato lo comprendí, por la gran cantidad de partos que se hacen en todos los hospitales del país a las haitianas que vienen exclusivamente a parir acá, unas con documentos, otras sin nada en la mano. Por las atenciones recibidas, estas extranjeras no pagan un centavo al Estado dominicano, y es bueno apuntarlo y recordarlo.
Pero bien, el tema lo traigo al tintero porque me pareció interesante eso de invasión por el útero, y no lo niego, a sabiendas de que cualquier opinión respecto a los haitianos en este lado de la isla genera controversia por muchas razones ya conocidas.
Lo primero es que ciertamente estamos siendo invadidos por muchos extranjeros haitianos, que llegan al país de forma ilegal, la gran mayoría se inserta a realizar trabajos en los sectores agrícola, turismo y de la construcción.
Sin embargo, el caso de las mujeres es diferente, pues proliferan en cualquier esquina de un semáforo en las principales ciudades del país y en zonas rurales también, donde la vemos, o en estado de preñez, recién paridas o con las crías de ambos sexos sueltos. La gran mayoría de esta gente circula de forma ilegal.
Las estadísticas oficiales hablan de una presencia de más de 750 mil residentes, imagínese los que no están registrados que son muchos, por no decir la mayoría, estaríamos hablando de más de un millón con un pico largo de haitianos en territorio dominicano.
Las parturientas son el conglomerado que más llama la atención. Las haitianas cruzan la frontera sin un papel médico de seguimiento de embarazo, ni sobre su estado de salud general, es decir, no se sabe qué tipo de enfermedad podrían padecer, ni a qué están expuestas, porque no existe un cordón epidemiológico ni en su país, ni en la frontera.
Llegan a los hospitales con el muchacho casi saliendo del útero y a los médicos no les queda más remedio que atenderlas, por un asunto de humanidad. Las estadísticas de Salud Pública de 2010 al 2017 registraron 123,950 partos. A la fecha, esa cifra debe ser mucho mayor.
En los últimos años se ha hablado mucho sobre los haitianos en territorio dominicano, se han elaborado propuestas concretas para construir hospitales maternos en la frontera, de manera que las parturientas no tengan que cruzar para este lado.
Sin embargo, cada propuesta ha sido rechazada por los gobiernos de Haití, que lanzan el dardo hacia República Dominicana, haciéndose los graciosos ante la comunidad internacional. El aumento demográfico de haitianos recae nuestros hombros.
Y lo lamentable es que no tenemos un Chapulín Colorado que nos defienda, porque las organizaciones no gubernamentales nos tienen por las cuatro esquinas, y ni hablar de Naciones Unidas, cuyo comité llamó recientemente al país a suspender la deportación de estas mujeres y a garantizarle protección y a mejorar la situación de ese colectivo.
El presidente Luis Abinader ha sido enfático en señalar que la República Dominicana no está en condiciones de hacerse cargo de Haití, ni lo hará, un país al que calificó de inseguro y con un descalabro socioeconómico cada día más creciente.
El gobierno dominicano ha emprendido la construcción de una verja perimetral en la frontera, con la intención de frenar la migración de ilegales haitianos a este lado de la isla. La medida ha sido aplaudida por unos y criticada por otros, sin embargo, algo hay que hacer.
Lo importante es que, además de la verja, se apliquen controles eficientes y con responsabilidad que detenga esa migración, porque de lo contrario, como dicen en los barrios, cuando algo no funciona, “estamos feos pa la foto y pal video”.