Las chichiguas son parte de la diversidad del ligero artefacto volador, según sus formas o apariencia y algunas según lo que semejan. Una “goleta” de uno o dos mástiles que “surcaban” los mares aéreos de mi infancia, requería de mucha pericia y en ocasiones se le daba el carácter de “pirata”, semejando una calavera con 2 huesos cruzados en negro, con fondo de papel de vejiga blanco. Las “estrellas” eran clase aparte, porque eran elementos voladores sin cola y súper cargados de flecos con 6 y hasta 8 puntas, reservadas para verdaderos artífices de la ciencia y técnicas de las chichiguas. Amo la construcción de los “cajones” de fuerte estructura con 4 pendones verticales atravesados por uno o dos pendones horizontales entre dos opuestos. Este armazón se completaba con cuadrantes superiores e inferiores y dos alerones laterales en triángulo. Lleno de flecos en cada cara, volaba exento de cola con ágiles giros que daban carácter de dinamismo, libertad y atrevimiento. Gané más de una competencia en la construcción y manejo de cajones, llegando a hacer uno de 6 pies de altura y de únicos dos vuelos, imposible de “güirear” porque arrastraba a cualquier adulto y que finalizó su vida “deflecada” sobre un ciudadano al que produjo un gran susto y por suerte salió ileso, muerto de risa gritando que creyó que era una estrella que le había caído encima. La dictadura de Trujillo, creaba traumas cuando luego de días de esfuerzo decían que las “banderas” estaban prohibidas y no se podían volar. El capuchino, simples dobleces apropiados, como un origami criollo, era el deleite de los muchachos, al “encampanarlo” con hilo de coser y fabricado desde una hoja de cuaderno. El “bacalao”, de estructura simple triangular, se movía desafiante entre grandes con la alegría e inquietud de los pequeños. “Lajiar” era la colocación de navajas de afeitar en la cola de las chichiguas, en competencia para cortar el hilo que la sostenía; era también el “abuso” de los más grandes para lanzar “en banda” la chichigua escogida como “victima”, para ser sacrificada. “Tostonear” era darle pequeños toquecitos al hilo para hacerla perder brisa y evitar una “culebrilla” fatal; “bracear” era recoger hilo en una maniobra, para soltarlo de golpe y simular que se había “ido en banda”. Perder la chichigua era frustrante, porque significaba perder los enormes esfuerzos de confección, el hilo que implicaba sacrificar los pocos centavos a que teníamos acceso y el dolor del “fracaso” como aeronauta.

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