Cuando se anunció en agosto del 2006 la construcción de un nuevo Yankee Stadium, escribí:
“Costará mil millones de dólares, mucho más que el metro de Santo Domingo. Con él se irá uno de los monumentos que más emoción ha producido alrededor del mundo. Sus paredes guardan recuerdos que en su momento hicieron vibrar a millones de personas y lo seguirá haciendo en lo que le resta de vida. Se trata de una de las edificaciones modernas más veneradas del mundo. Una catedral del deporte. Por su recinto pasaron algunas de las más grandes glorias del béisbol. Me refiero al Yankee Stadium, hogar de los Mulos del Bronx, el más grande equipo de béisbol de la historia”.

Nueva York vibró ese miércoles, al colocarse la primera piedra con que se inició la obra inaugurada en el 2009. Visitar ese parque antes de que iniciaran sus trabajos de demolición se me hacía imprescindible, más entonces que Alex Rodríguez, vestía ya su clásico uniforme de rayas. La majestuosa obra, haría más rentable la franquicia y atraería más público al estadio, como ha sucedido. Allí jugaron mis héroes infantiles: Ruth, Mantle, Gherig, Berra, Ford, McDougal, Larsen, Maris, y tantos otros que después le hicieron honor a la más grande tradición del deporte rey.

Finalmente lo conocí en octubre del 2008, terminada la participación del equipo en la temporada regular. Fue el último día de vida de ese templo. Al frente podía verse la monumental estructura del nuevo estadio en construcción. Lo recorrí por todas las graderías detrás de los dos dogouts y pagué para que anunciaran mi nombre en la pizarra como el próximo bateador. Solo no pude pisar la hierba. Ese día la trasladarían al nuevo parque y al día siguiente comenzaría la demolición.

Al abordar el taxi que nos devolvió al hotel una sacudida me estremeció, porque soñar nunca ha sido patrimonio de la niñez.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas