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El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moise, agrava la caótica situación en el vecino país. Y plantea serias interrogantes a la República Dominicana. Haití es un socio comercial importante. Básicamente, el intercambio bilateral se realiza a través de la frontera y el asesinato del presidente haitiano deja el futuro inmediato de ese intercambio en una espesa bruma de incertidumbre.
Por razones de seguridad, tan pronto se supo del atentado en Puerto Príncipe contra el mandatario haitiano, el presidente Luis Abinader dispuso un reforzamiento de las medidas del control fronterizo, que incluye el cierre temporal de la línea divisoria entre ambos países.

La medida afectará el intercambio de productos que en situación de normalidad se realiza en varios puntos de la frontera. Y la pregunta que no tiene por el momento respuesta alguna es el tiempo que podría durar esa situación. Muchos sectores dominicanos dependen de la estabilidad de ese intercambio. Y millones de haitianos dependen también de él para suplir la deficiencia de su aparato productor de alimentos.

La prolongación de la crisis y sus efectos económicos en la relación de intercambio bilateral podría crear una aguda escasez de alimentos en Haití. Si llegara a suceder, cabría esperar un aumento desbordado del flujo de inmigrantes hacia esta parte de la isla.

El problema es mayor de lo que el asesinato de un presidente significa. Haití tiene una larga tradición de inestabilidad que se remonta a su nacimiento como nación independiente a comienzos del siglo XIX. Su crisis de gobernabilidad es del mayor interés para la República Dominicana y su agudización por efecto de la ausencia de una autoridad legítima nada bueno augura.

El reforzamiento de la zona fronteriza es, pues, una prioridad nacional en medio de la incertidumbre que ensombrece hoy la vida haitiana.

Posted in La columna de Miguel Guerrero
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