A diferencia de las obras literarias, las composiciones musicales clásicas suelen numerarse conforme son escritas, aunque no siempre los autores lo hacían y muchas famosas obras, incluyendo las de algunos de los más grandes maestros, se numeraron después de muertos. Por lo regular, la numeración dada a una composición se hace de forma cronológica. La palabra utilizada para esa catalogación es opus, práctica conocida desde el siglo XVII, según se ha comprobado a través de numerosos estudios. En el caso particular de las obras enumeradas después del fallecimiento del autor, la numeración se hacía de la manera siguiente op.posth, para dar a entender que se trata de una obra publicada póstumamente, como han sido los casos de algunos compositores clásicos y barrocos.

Sin embargo, ha habido muchas excepciones. Una muy conocida es la del genial Juan Sebastián Bach, quien nunca enumeró sus obras y se sabe de otros ilustres compositores, como el caso de Mozart, en los que la numeración no se hacía de forma ritual ni cronológica. Existen otros ejemplos en los que el número correspondió a trabajos e investigaciones del editor que publicaba las composiciones. La numeración ha permitido en muchos casos entender la evolución y los cambios de muchos autores importantes, como por ejemplo la forma en que circunstancias ajenas a su control y otras propias de su temperamento determinaron el contenido de su producción y la época en que fueron concebidas y concluidas.

También es muy conocido en los ambientes clásicos la situación derivada de la muy difundida práctica de la catalogación póstuma, que solía generar mucha confusión en el estudio de algunos de los más brillantes compositores, dado el hecho de que distintos editores daban diferentes numeraciones a algunas de sus partituras más famosas, lo cual sucedió con Bach y otros de los más grandes de su tiempo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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