Existe una creencia muy prevaleciente que las sociedades democráticas son dominadas y dirigidas por una reducida clase dominante. Está enraizada creencia prevalece hoy en día a pesar que tuvo su origen en planteamientos marxistas, por demás superados. Como todas las creencias con amplia aceptación social, las mismas se resquebrajan o por lo menos pierden gran parte de su lustre al ser analizadas con detenimiento. Postular que hay una clase o representantes de una clase dominante que manejan los hilos del poder público, parece en principio un argumento demasiado simplista. Presupone que aquellas personas que ejercen el poder carecen de todo criterio, iniciativas e intereses propios por lo que actúan como meros autómatas.

Alejándonos de dicho planteamiento simplista, no cabe duda que teóricamente la democracia es un sistema de poder participativo, donde diferentes grupos sociales intentan influenciar en las decisiones. Asimismo, podríamos afirmar que aquellos con mayor capacidad económica y social podrían influir con más facilidad. Aún más, los grupos de poder bien compactados y organizados tienen mayor capacidad de influencia que una mayoría, cuyo poder esté disperso. Esto explica que una asociación de productores logre un grado de protección estatal a sus intereses, aunque signifique un aumento de costo para la población en general. Cabe señalar que por pequeña que dicha protección pudiera resultar en términos porcentuales, la misma podría representar un considerable traspaso de recursos a una minoría, por parte de la sociedad en general.

Algunos de los más agudos analistas y estudiosos sociales norteamericanos analizaron este problema y plantearon soluciones teóricas, para tranquilizar sus propias inquietudes e intentar que el sistema democrático-capitalista no perdiera legitimidad. En los años de la posguerra, E J. K. Galbraith postuló la teoría de los poderes compensatorios. Es decir, la acumulación de un considerable poder de parte de un grupo provocaría el surgimiento de poderes compensatorios de manos de otros grupos, para equilibrar la situación. El surgimiento de poderosos sindicatos y federaciones de sindicatos como respuesta a las grandes corporaciones es un ejemplo clásico de Galbraith, tomado de las economías capitalistas avanzadas.

No obstante, el avance de las sociedades occidentales en términos educativos ha contribuido más que ningún otro factor a la consolidación de la participación democrática. Una ciudadanía educada es menos propensa a la manipulación. Más importante, una población educada tiene la capacidad de analizar sus verdaderos intereses y de desarrollar estrategias para salvaguardarlos. No debe sorprender que la práctica de la democracia en la antigua Atenas, aunque muy imperfecta, pasaba por el debate de los asuntos públicos en asambleas de ciudadanos, que presuponía un grado de educación e información por parte de los participantes.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas