Los eventos atmosféricos de las últimas dos décadas evidencian que la naturaleza cada vez se torna más impredecible, adopta comportamientos que nos resultan erráticos y que muchas veces escapan del control de las autoridades del más alto mando político, de protección civil y de organismos de socorro, encargadas de abordar la prevención y la mitigación ante desastres naturales.

El cambio climático se ha convertido en un tema desgastado para muchos, pero los efectos que vemos son el resultado de la relación poco razonable entre el ser humano y la naturaleza; las proyecciones sobre el comportamiento de la temporada ciclónica por año es un pronóstico que nos debe servir de referencia, pero sin asumirlo desde el confort, conforme a los antecedentes del pasado reciente.

Para poner en contexto este planteamiento, se recuerda que a pocos días de iniciar la temporada ciclónica 2023, desde la Oficina Nacional de Meteorología (Onamet) se advirtió que la misma sería por debajo de lo habitual, debido a la incidencia de El Niño, un fenómeno asociado a fuertes sequías y temperaturas más elevadas, como las que ciertamente se registraron en el país.

Los fenómenos atmosféricos registrados a partir de 2007, evidencian que entre agosto y noviembre es la etapa de mayor riesgo y catástrofe. Las tormentas Noel, María, así como los disturbios del 4 de noviembre de 2022 y el 18 de noviembre de 2023, sirven de referencia para tal premisa.

La tragedia del pasado fin de semana plantea la importancia de que se revisen los códigos y normas de construcción, para que estos puedan ajustarse lo más posible al comportamiento del clima, que era muy diferente años atrás.

Por tanto, es atinada y oportuna la comisión creada por el Gobierno para la evaluación de las infraestructuras nacionales, que considero debe enfocarse también en la parte técnica, además de priorizar las obras más importantes y estratégicas que tiene el país, que de paso puedan poner en riesgo la vida humana. Cabe recordar que, tras el sismo de Haití, se actualizaron las normas de construcción y las vigentes datan de 2010.

En tal sentido, el Reglamento para el Diseño y la Construcción de Instalaciones Sanitarias en Edificaciones (MOPC R-008, de 2010), establece como parámetro de diseño para los sistemas de drenaje pluvial una lluvia de tormenta de 150 mm/hr máxima, con un periodo de retorno de 25 años. Fenómenos de la magnitud de los huracanes David y Georges, así como la tormenta Federico, motivaron la revisión de los parámetros de diseño, aunque vale la pena resaltar que, si estos se adaptan a los eventos extraordinarios, el costo sería inmanejable.

No hay dudas que tuvimos una tormenta a contravía, es decir, en sentido oeste-este, cuando los registros históricos demuestran que lo ordinario es este-oeste. En ese tenor, la ciudad de Santo Domingo no cuenta con un sistema de drenaje integral, dependiendo mayormente de filtrantes, cuya efectividad está condicionada por el nivel de las aguas subterráneas.

El drenaje pluvial de las vías se canaliza a través de los imbornales y estos descargan a filtrantes hacia el subsuelo. Los imbornales captan las aguas de escorrentía por medio de las rejillas que tienen por función principal evitar la entrada de basura que llene la cámara de sedimentación del imbornal. Como son de hierro fundido, muchas veces desaprensivos la sustraen, limitando su capacidad de decantar los finos que arrastra el agua de lluvia. Regularmente esta es la causa de las inundaciones.

Es imperativo dotar a la ciudad de un sistema integral del manejo de aguas residuales y pluviales, adaptado al vertiginoso crecimiento habitacional en el polígono central y otras zonas, porque los sistemas de servicios no han crecido en la misma proporción. No está demás decir que, es de todos el deber de hacer un uso adecuado de la gestión de los desechos, que agregan complejidad a la problemática.

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