La palabra tiene poder, para bien o para mal. Puede construir o destruir, bendecir o maldecir tanto para quien la pronuncia como quien la recibe, todo depende de la forma en que se expresa o se recibe. El libro de proverbios explica en varios versos del capítulo 15 el valor de la palabra.
“La blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el furor, la lengua de los sabios adornará la sabiduría; mas la boca de los necios hablará sandeces; la lengua apacible es árbol de vida, más la perversidad de ella es quebrantamiento del espíritu”.
En los tiempos de las redes sociales, la polarización del debate ha ganado la batalla frente al manejo sosegado, respetuoso y constructivo de la comunicación, hablada o escrita. Una gran parte de los usuarios, seducidos por lo viral en que suelen convertirse los contenidos obscenos, han tomado el camino del uso inadecuado de la palabra en lugar de promover un lenguaje apacible, que cure en lugar de enfermar y edifique en lugar de destruir.
El Papa León XIV, en su primer encuentro con periodistas tras su elección en mayo, instó a rechazar la guerra de palabras y a optar por una comunicación que promueva la paz. “La paz comienza con cada uno de nosotros, con la forma en que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, la forma en que nos comunicamos tiene una importancia fundamental: debemos decir no a la guerra de palabras y de imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra”.
Es en ese contexto que el Ministerio de Cultura, que dirige Roberto Ángel Salcedo, ha iniciado la campaña “el poder de las buenas palabras”, iniciativa que debe recibir todo el apoyo. La idea llega en un momento oportuno y responde a un grito silente de la mayoría que anhela respeto y tolerancia para recuperar el buen vivir. La cruzada de Salcedo es fácil de apoyar, solo requiere que cada uno empiece a hacer un uso respetuoso del lenguaje para hacer la diferencia.