Las trágicas inundaciones de noviembre de 2022 y de 2023, no son solo trágicas por el doloroso saldo de unas 35 personas muertas en ambos casos, el dolor viene acompañado de indignación por los comportamientos que se observan en los distintos segmentos de la población.
La irresponsabilidad ciudadana se pone de manifiesto con todo tipo de acciones desde “teteos” en medio de los charcos de agua, hasta gente a la que se le ocurre darse un chapuzón en medio de las intensas lluvias.
Pero ese comportamiento debe ser lo que menos preocupe, sobre todo a los gobernantes, pues no debe ser sorpresa que fue para dirigir a ese tipo de ciudadano que las autoridades fueron electas. Se supone que los gobernantes conocen la cultura del pueblo que les votó y al que le toca gobernar.
Otra gran tragedia es observar funcionarios y políticos de todos los litorales con esfuerzos sobrehumanos, no para ayudar sino para instrumentalizar las tragedias ajenas para beneficio político. Esa sí es una tragedia triste, pues se supone que el comportamiento de las autoridades y dirigentes políticos debe ser muy superior al de los ciudadanos que dirigen.
Más penoso es observar cómo esas mismas personas hablan con un desparpajo que asombra de lo “mal que se porta la gente” de los barrios que salen al teteo, juegos de dómino y darse un baño de lluvia.
La otra tragedia la describe el reputado urbanista Marcos Barinas. “Es una tragedia no solo por las vidas que se perdieron sino desde el punto de vista de la planificación y la organización de una ciudad”.
La mayor tragedia es observar cómo el Gobierno y la oposición construyen relatos apresurados para culparse mutuamente de lo ocurrido y quedar libres de pecado.
El domingo, el día después de las mortales inundaciones del sábado, la gente empezó a reaccionar ante lo ocurrido, el sentimiento se pudo captar en redes sociales y en el contacto personal entre ciudadanos.
Pero el lunes y ayer, el sentimiento generalizado que se puede percibir en la ciudadanía, tanto en redes como en el intercambio directo, es de silencio. Es un silencio de duelo, pero también de impotencia, que dice lo que las palabras no expresan ante tantas tragedias.