Pocos son los que se detienen a medir las consecuencias sobre sus acciones en determinados ámbitos de su vida: el sentimental, familiar, laboral, profesional, entre otros.

Ciertamente, en muchas ocasiones las inconductas en una sola de estas áreas de nuestras vidas repercute en todas las demás, porque nuestro accionar habla de lo que somos y de lo que podemos ser capaces, según nuestros objetivos.

En el ejercicio periodístico lo que más pesa es la reputación y la credibilidad que vamos cultivando como referente para quienes serán el relevo generacional. Pero, definitivamente, eso se vincula a lo que recibimos en el núcleo familiar, desde allí se desprende todo.

Cuando estudiaba periodismo cuestionaba que un periodista se vinculara a partidos políticos porque asumía que esto iba a influir en las informaciones que brindamos a la sociedad, que no ve con buenos ojos el descaro obvio de algunos colegas al defender ciertas “causas” que les hacen perder objetividad.

Después de muchos años, he entendido que tener una preferencia política no es un pecado y es lo más normal dentro de una sociedad con un sistema democrático, el pecado es usar el oficio y el medio de comunicación en el que laboramos para desvirtuar la verdad buscando beneficiar a un grupo al que somos afines.

Aplicar lo dicho en el párrafo anterior nos sepulta como profesionales, porque afecta nuestra reputación y credibilidad a la hora de tratar ciertos temas que impactan en la vida democrática.

Siempre he creído que se puede ser periodista y tener simpatías, es un derecho, pero no podemos caer en ambiciones desmedidas que nos lleven a olvidarnos de la esencia de nuestra profesión.

Cuando tuve la oportunidad de hacer algunos trabajos políticos lo hice profesionalmente, porque procuro nunca comprometer mi juicio ni desvirtuar la verdad a favor de nadie, eso nunca me lo perdonaría.

Hubo momentos en que, incluso, rechacé trabajar con algunos personajes que tenían una mala reputación ganada, porque soy de las que creen que “no todo el dinero se gana” ni con cualquiera se trabaja.

Sé que el periodismo es un oficio que se paga muy mal en República Dominicana, y que este deprimente salario nos empuja al pluriempleo y, en el peor de los casos, a abrazar causas que hacen que algunos pierdan el norte y la esencia de lo que significa ser periodista.

Se puede avanzar en el oficio sin prostituirnos, formándonos y capacitándonos para no solo ser el reportero o reportera que usa como ancla un medio para enriquecerse por el poder que conlleva ser “periodista” y su impacto negativo cuando se practica con malas artes. Pobre del colega que no entienda que, al final de nuestros días, lo que pesa es la reputación y la credibilidad creada en nuestro trayecto.
Y reitero lo de siempre: soy periodista, no política.

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