Coincidiendo con el uso masivo de las redes sociales, la democratización de la comunicación, el “empoderamiento” de la gente común de la participación ciudadana en áreas “vedadas”, la pérdida del “miedo” y el hacer públicas opiniones personales en infinidad de temas “tabúes”, la justicia dominicana se coloca bajo el microscopio de la observación ciudadana. Se señalan causas, razones, motivos, análisis y explicaciones sobre lo que corresponde al tercer Poder, según nuestro sistema de gobierno. La percepción ciudadana no valora de manera positiva el accionar de la justicia criolla, y no faltan razones para ello. Es que la justicia “asigún”, hiere sensibilidades, con principios que se aplican a unos y se niegan a otros. El caso de Odebretch es vivo ejemplo de variaciones de medidas de coerción para esos y la negación a otros, a pesar de las garantías y arraigos presentados, y esto por miedo al miedo. Un magistrado de la Suprema ha definido, en una serie de artículos publicados en un matutino, al juez ideal que precisa la República. Ese puede existir en la ficción y la poesía, mas no en la práctica cotidiana, y menos en los tribunales del interior. Se ha cuestionado la independencia de los jueces, soslayando que existe un poder extranjero que los subordina a “intereses” o de manera coyuntural a situaciones ajenas. Un juez que no se atreva a hacer justicia y aplicar la esencia de la ley, por miedo a arriesgar su visa, no merece ser juzgador, y esa situación persiste en varias instancias del sistema jurídico nuestro. Cuántos inocentes se mantienen en centros carcelarios por incapacidad judicial, al invertir el principio de que “se presume la inocencia hasta probar la culpabilidad”, y entonces se conjetura culpable de entrada, al sujeto sometido a la tutela judicial. Conozco de casos de condenados, con “pruebas” que no resisten el más elemental análisis, pero la sentencia libera al juzgador de toda responsabilidad futura y que se vaya el condenado a “otra instancia”. Bien podrían las escuelas de derecho de las universidades ayudar a inocentes condenados o en proceso judicial que, por carencias en ocasiones no económicas, son víctimas de una justicia que invierte el principio de que “más vale un culpable suelto que un inocente preso”. Los jueces, por lo general, no conocen las “condiciones” del recinto carcelario a donde mandan a las personas a esperar el proceso o a cumplir condenas. Ellos duermen en sus camas, rodeados de su ambiente familiar, mientras privan a inocentes de ese derecho intrínseco de la persona humana. Se cree que el problema de la justicia reside en la deshonestidad de algunos jueces, y no visualizan que se trata de un problema extremadamente complejo, que incluye incapacidades, miedo y dependencias. Justicia dilatada es negación de justicia, y los procesos en los tribunales son infinitos, mientras al “encartado” lo lleva el diablo en la boca.

Posted in Edición Impresa, Opiniones

Más de edicion-impresa

Más leídas de edicion-impresa

Las Más leídas