El eco de las conversaciones silenciadas en el Supermercado Nacional de la 27 de Febrero no se detiene. He recibido retroalimentación directa o indirecta de decanos, filósofos y docentes universitarios, que se suman al dolor de los “intelectuales de supermercado”.

Una de esas retroalimentaciones llegó por “e-mail” y me hizo pensar que este duelo por la pérdida de espacios va más allá de las sillas y mesas que desaparecieron de aquel lugar paradigmático. Una lectora anónima, me compartió su sentir, y no pude evitar, luego de solicitarle su autorización, hacer otra Pincelada con sus palabras, pues tengo el convencimiento de que, como sucede con frecuencia, y como ella dice en su mensaje: “Muchos ciudadanos, (…) solo caminamos, vemos y callamos”.

Luego del saludo formal, escribe: “Ese mismo sentir he tenido cuando reestructuraron el Pola, un Súper que tenía un área de comida donde la familia y amigos, y los de a pie, cada sábado se reunía y pasaba un tiempo importante en este punto de reunión estratégico.

Cada día hay menos espacios seguros, para conversar y que no sean tan costosos ni tan formal, se podía consumir, almorzar o desayunar y no molestar al dueño, un descanso en el camino, un atajo para evitar el estrés del tránsito o una excusa para ver cómo andan los precios o ver las ofertas.

El Pola fue testigo de encuentros de mecánicos y conductores para buscar soluciones a un tema automovilístico o ponerse de acuerdo para hacer una tarea de la universidad o alguna temática social o familiar, un tiempo de tertulia y desahogo para tomar un café. Aunque no soy de la zona metropolitana ese era el lugar adecuando en mi entorno y me gustaba por el aire familiar y de pueblo o cercanía y por el trato de los empleados del lugar, pues luego de una compra en el súper, podíamos sentarnos a esperar y comer un postre o una soda”.

Y luego, concluye su correo con este párrafo: “Los espacios con esta temática siguen muriendo, haciendo que nuestra población más adulta se retraiga y no interactúe adecuadamente. Los nuevos negocios o centros comerciales, con pocos asientos tienen una temática diferente y presionan solo al consumo, no a la interacción sana de los amigos y familia”.

Y, en otro mensaje, en respuesta a mi solicitud de utilizar su e-mail, esta “caminante anónima” planteó una inquietud que merece reflexión: “Lo importante es que este tipo de hechos, sea replicado, solo soy una caminante que ha observado que los centros comerciales no realizan encuestas de satisfacción para determinar el valor de un espacio y lo que aporta a nuestro entorno y a la sociedad”.

Fulminante: consumo y desconexión social versus convivencia. Cada silla retirada es un paso más hacia el aislamiento. Y, económicamente, no creo que afectara. Salvo los “pica-pica”, todos los contertulios consumían mucho, tanto en el supermercado, como en la Librería. Razón por la que el balance entre utilidad comercial y beneficio colectivo era provechoso para todos.

Finalmente, dos preguntas: ¿Lo importante es el lugar, o las relaciones que allí se construyen? Y, tal vez más acuciante: ¿Seguiremos perdiendo estos refugios?

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