El tema de los niños dominicanos, atrapados por la indigencia y el pesado andrajo, siempre está presente en una sociedad degradada, como la que impera en nuestro país.

Sé que el “lead” que sirve de inicio a este artículo podría zaherir susceptibilidades de gente perteneciente al segmento más poderoso de la nación (arropado por miles de millones de pesos y dólares) y que es indiferente a la extrema pobreza que ataca a los llamados “niños de la calle”.

Anotar -para un recuerdo que no debe estar en el olvido ni la indiferencia- que sobre los niños indigentes, desprotegidos por el Estado, he escrito varios trabajos.

Como lo expuse hace dos años en esta misma tribuna del diario elCaribe, los niños indigentes, desamparados, la mayoría sin recibir el calor y el cariño de sus padres, deben tener (¡algún día!) la tan reclamada protección del Estado.

Sobre esta realidad -tan extremadamente negativa como la propia pobreza- no es necesario repetir que esos niños harapientos y pedigüeños, con el transcurrir de los años, tienden a trillar el peligroso camino de la delincuencia.

Pero, desde luego, el caer en la delincuencia no es su culpa… es culpa del mismo Estado que no los protege.

Aclaro que cuando cito al Estado, como el gran culpable de la niñez atrapada por la indigencia, no significa que quiero lanzar duras críticas contra el gobierno de turno. De ninguna manera.

Todos los gobiernos que ha tenido República Dominicana, comenzando con el de la férrea dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, son culpables de que el Estado no les haya dado la debida protección a los niños harapientos, pedigüeños, analfabetos y andrajosos; sin educación (hogareña) y que, además, son los futuros delincuentes del país.

Este artículo se fortalece con un informe de la Unicef, organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

El documento precisa: “Existen 100 millones de niños abandonados en todo el mundo de los cuales 40 millones pertenecen a América Latina, con edades entre los 10 y los 14 años, que son condenados a tratar de sobrevivir en el único hogar que tienen disponible”.

Hay que reclamar -opinión que se concatena con un criterio humanista y que se enmarca en lo verdaderamente humano- que el Estado, sin más dilación, dé protección a los niños desamparados.

A los muchachos de la calle, cuyos padres -que se agolpan en la más extrema miseria- no tienen ninguna posibilidad de educarlos y darles los indispensables alimentos.

¿Cuándo tendremos la grata noticia de que el Estado dominicano dará la reclamada protección a la niñez indigente?

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