Unos llegan, otros se van. A unos los echan, a otros los llaman sin cesar.
Unos solo se alejaron por algún enojo, pero hubo quien aprovechó el disgusto para invitar a pasar a alguien que desde hace tiempo venía observando, esperando en silencio la oportunidad para integrarlo a su entorno.

Así es la vida. Hoy estamos y nos llenan de detalles y lisonjas. Nos tratan de hacer sentir importantes, queridos, valorados, pero un día, si por algún motivo nos vamos, quienes suponen que no regresaremos, dirigen sus atenciones hacia nuevos objetivos, a veces no tan nuevos, muchas veces siempre estuvieron a la vista, era solo que mientras estuvimos, sencillamente no eran necesarios.

Eso pasa en todos los terrenos. No solo se limita al plano afectivo, a las relaciones personales. Eso pasa en el trabajo, en las posiciones elevadas en las que a veces es colocada una persona.

Por eso, si esto se ve a diario, jamás entenderé cómo es que todavía alguien puede pensar que los cumplidos y halagos que recibe quien desempeña una alta posición pública o privada, son personales, es decir, que reflejan los sentimientos de quienes los profesan hacia ellos como seres humanos.

¿Cómo es que no entienden que esos cumplidos y atenciones son para la posición, el cargo que desempeñan?

No comprendo cómo no se dan cuenta que algunos son muy amables solo para ganar favores, obtener ventajas y privilegios.

No quiere decir que sea imposible encontrar afectos sinceros mientras estamos disfrutando de los llamados tiempos buenos, pero es difícil.

En realidad, las personas que demuestran que los demás solo son importantes mientras pueden serles útiles, dejan al descubierto su escaso valor humano.

Aunque sin saberlo, nos ayudan bastante, pues gracias a sus actitudes sabemos a quienes no necesitamos en nuestras vidas.

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