Aunque la mayoría lo niegue, cuesta mucho perdonar. A veces se concede el perdón, solo para dejar de escuchar las súplicas o explicaciones de quien implora, sincera o falsamente, por ser perdonado.
Otras, solamente por sentir la anhelada paz interior, cerrar un ciclo o terminar de una vez por todas con una situación incómoda.
Muchas veces el perdón solo se siente en los labios, tanto para quien lo ruega como para quien lo otorga.
Es así como se cierra una herida solo en la superficie. Por dentro la herida sigue abierta, sangrante y haciéndose cada día más profunda hasta atravesar el alma.
El dolor sigue allí, pero cada vez más fuerte. Aquel que faltó y cree haber sido perdonado, seguirá adelante, confiado y seguro de que su error no fue tan grave. Mientras, quien dijo haberlo olvidado todo para empezar de cero, vivirá un infierno dentro de sí, y lo peor es que no se atreve a traer el tema por ningún motivo. Se supone que ya perdonó.
Sin embargo, existe ese perdón que trae la paz a quien lo implora y a quien lo concede. Ese que se pide desde lo más profundo del alma. El que viene acompañado de la verdad, de la confesión total de la falta, del error, del engaño que provocó el sufrimiento y desgarró la fe, la confianza y el amor.
Ese perdón que se pide con la humildad de quien admite sus errores, sus faltas, sus traiciones.
Ese que demuestra el arrepentimiento verdadero. El que se transforma en una garantía de que la falta cometida nunca más volverá a ocurrir.
Ese es en realidad el verdadero arrepentimiento y merece el perdón más sincero. Ese que libera, que restaura la fe y la confianza. El que permite que el amor vuelva a ocupar su lugar. El que sana el alma y da vida a los buenos sentimientos.
No existe redención si no hay arrepentimiento y no se está arrepentido si se continúa negando lo que se ha hecho. Muy por el contrario, se pretende seguir ocultándolo porque se está seguro de que en cualquier momento se puede recaer.
Admitir los errores y las cosas con las cuales otros han resultado dañados y que estuvo en nuestras manos evitar, es lo que nos hace merecer el perdón necesario para sentir paz y tranquilidad y para, con el ejemplo, enseñar a los otros a perdonar y a pedir perdón desde el fondo del alma.