Una vez alguien me dijo que cuando algunas cosas no andaban bien en nuestras vidas, cuando estábamos atravesando situaciones tristes, difíciles, problemas de cualquier índole, teníamos que desahogarnos, hablar de manera sincera de lo que nos agobiaba, porque esa era una forma de liberarnos, lo cual era beneficioso para la salud emocional y para la paz espiritual.

Otra persona que estaba presente en aquel lugar y que tomó participación en la conversación advirtió: “Sí, eso es bueno, pero en la mayoría de los casos, es mejor sentarte junto a cualquier extraño en la banca de algún parque, en la sala de espera de algún hospital o en el asiento de algún taxi, y contarle tus penas y preocupaciones, pues cuando ese extraño les cuente a sus allegados lo que le confiaste, se referirá a ti como una persona desconocida.

Difícilmente tu secreto sea divulgado a quienes te rodean.

Sin embargo, si le cuentas tus problemas a alguien que te conoce, en el entendido de que te quiere y de que le importas, corres el riesgo de que se lo cuente a otras personas de tu entorno, precisamente a aquellos que no deseas poner al tanto de tus intimidades”.

La primera persona que habló, intervino para decir que cuando alguien te amaba de verdad, compartía todo contigo, te escuchaba, sin importar el tamaño de tu tragedia o de tu tristeza, se sentía identificado. Hacía suya tu realidad.

Por eso, insistió: “La persona que te ama nunca se sentirá fastidiada por las confesiones de tu alma, cuando tu mundo se derrumba. Nunca dudes en ser totalmente honesto y abierto con quien estás seguro que te ama, pues solamente quien te amo de verdad se alegrará más que tú mismo de tus triunfos y llorará sin consuelo tus fracasos”.

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