En este país, el que grita más fuerte no es el más valiente, es el más viral. Durante años, un grupito de comunicadores convirtió su micrófono en garrote. Acusaron, señalaron, insinuaron. Hicieron de todo menos probar. Se fueron de boca con el PLD, con sus dirigentes, con las esposas, con las amantes imaginarias, con quien les oliera a poder. Y lo vendieron como heroísmo. Hoy muchos de ellos no solo caminan por los mismos pasillos del poder: posan en la foto. Con sonrisa incluida.

No me interesa defender partidos, ni justificar gobiernos. Pero tampoco me trago la hipocresía de los que ahora piden respeto cuando ayer apedreaban sin vergüenza. Gente que descubrió que hablar mal sin consecuencias es más rentable que decir la verdad. Y que calumniar, en este país, es como fumar en la acera: lo haces, lo tiras al piso y te vas.

Aquí el libertinaje cambió de traje. Ya no se es libre por pensar, se es libre para acusar. Y lo peor es que muchos aplauden desde las gradas, creyendo que linchar a alguien con palabras es justicia. Como si el escarnio público fuera una forma de redención. Calumniar se volvió pasatiempo, y el que más ensucia es el más escuchado.

Y cuando el tiro les rebota, cuando alguien decide no quedarse callado, arman el drama. Se arrepienten en público con la misma boca que usaron para difamar. “Fue un error”, dicen. “No sabía”, repiten. Como si el perdón lavara el archivo, como si una retractación en YouTube tuviera el poder de resetear la memoria colectiva.

Pero no. Aquí no basta con pedir perdón. Porque el daño no se mide por la intención, sino por el resultado. Y cuando juegas con el honor de alguien, no puedes luego esconderte detrás de una disculpa tibia. No puedes esperar que todo se borre porque ahora trabajas en el Gobierno o te ofrecieron un contrato.

El sistema judicial tampoco ayuda. Entre reenvíos, cambios de fiscal, acuerdos informales y cafés eternos en pasillos judiciales, la justicia se vuelve un chiste. Un “déjalo así”, un “ya pidió perdón”. Como si el agravio fuera un tropiezo doméstico.

Y no, no es así. Si el daño fue público, la reparación también debe serlo. Y no con un tuit cobarde o una entrevista arreglada. Con responsabilidad real.

Porque la gallareta no se calla sola. Y mientras alguien crea que calumniar es gratis si después se disculpa, más vale que haya alguien dispuesto a llegar hasta el final.

Posted in DE UNA SENTADA, Opiniones

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