La muerte de Pascal Santoni Vivoni, pocos meses antes de cumplir los cien años, nos despoja de un extraordinario ingeniero, creador de los cimientos de la ingeniería vial dominicana. A su regreso al país en 1949 (tras graduarse con honores en la Maestría de Diseño y Construcción de Carreteras y Aeropuertos de la Universidad de Cornell, en Ithaca, New York) dentro del territorio dominicano no existían vías de doble calzada, como tampoco carreteras con la configuración geométrica para circular a cien kilómetros por hora. Únicamente senderos tortuosos, estrechos y pobremente pavimentados atravesaban el espacio nacional en aquellas horas. Nuestras rutas terrestres, en tal caso, no eran sino réplicas del ya envejecido arquetipo de camino que el ejército norteamericano de ocupación plasmara en la primera carretera Duarte, inaugurada en 1922.

La presencia de Pascal Santoni revolucionó el panorama de la ingeniería vial dominicana. A su paso por la Dirección de Estudios de Carreteras de la Secretaría de Obras Públicas cambiaron las normativas de diseño tanto como las especificaciones técnicas para materiales y los procedimientos constructivos. Por primera vez se hablaba de radios mínimos de curvatura horizontal, de distancias mínimas para frenado y adelantamiento y se introducían espirales de transición entre las rectas y las curvas circulares. Por primera vez se analizaban los pavimentos en función de las cargas, los materiales dispuestos y las características ambientales. Por primera vez, en síntesis, se aplicaban en el país los criterios geométricos, funcionales y estructurales con que se construían las carreteras modernas. Tras el regreso de Pascal fue como si saltáramos, en un santiamén, de los ‘caminos de herradura’ del siglo XIX a las autopistas de alta velocidad del siglo XX.

Los estudios y la construcción de la autopista de Santo Domingo a Boca Chica se ejecutaron en la década de los ’50. Pascal tuvo a su cargo el diseño general de la obra y la supervisión técnica de los trabajos. Los resultados, cabe decirlo, fueron sorprendentes. Un trayecto de 30 kilómetros, con geometría impecable y una magnífica superficie de rodadura, que podía recorrerse cómodamente en 20 minutos a través de calzadas independientes e integradas a un trazado panorámico, entre cocoteros y arrecifes, bordeando el Mar Caribe. Sin ninguna duda, esta obra, ejecutada hace más de 65 años, constituyó el primer jalón de modernidad de nuestro sistema de carreteras.

Pero conocer la intimidad de Pascal Santoni, sin ninguna duda, fue para mí un extraordinario privilegio. Pascal amaba la música norteamericana: el blues, el jazz. En su estudio escuché los viejos discos de Louis Armstrong, de Cole Porter, de Jerome Kern, de Thelonius Monk. La cercanía de Pascal, de su sabiduría y del indomable sentido del humor que fue siempre su rastro vital, me hizo sentir junto a un individuo sin edad, ajeno al devenir del tiempo.

Juntos trabajamos por más de 50 años. En nuestra oficina permanecen los libros y algunos de los instrumentos de labor (el planímetro, el Leroy y los viejos manuales de diseño de los años 50) de este maestro que siempre supo reír frente a las adversidades de la existencia.

La desaparición de Pascal me llena de tristeza. La ingeniería dominicana ha perdido uno de sus protagonistas. Sin percibirlo acaso, nuestra sociedad está de luto. Nos faltan individuos con la competencia, la traza moral y la dignidad familiar de Pascal Santoni Vivoni.

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